Todos hemos recurrido a alguna forma artística para curarnos un dolor del corazón. Quien diga que no, que tire la primera piedra o que revise si corre sangre por sus venas. La música es quizás nuestra primera y más grande aliada en el primer momento del rompimiento, hay infinitas versiones de desamor que encajan con el momento preciso que podríamos estar pasando y una vez hayamos hecho contacto con tal o cual canción, eso, precisamente eso que cantamos es “tal cual” lo que nos ocurrió.La forma en este país para curarse un mal de amores es poner la lista aquella, arrumbada y sin descargar y que parecía que nunca se iba a volver a usar titulada “Póngame otra cantinero, me voy a morir de amor”. Canción a canción, una por una, como decía renglones arriba, iremos hilvanando -aun sin compaginar bien a bien con la versión de nuestra ruptura- y recitaremos en silencio o a todo volumen todo lo que nos ha ocurrido.Pero si además de participar de esa manera, nuestra capacidad creativa, o puesto de mejor modo nuestra necesidad creativa nos exige que lo dolorosamente vivido lo plasmemos de una u otra forma, nos convertiremos pues en transeúntes de un proceso artístico que podría ser muy enriquecedor.Todos los corazones rotos del mundo los artistas los hemos pintado, bailado, cantado, tocado, escenificado y filmado para repetirlo cuantas veces sean necesarias. No hay mejores o peores obras como he defendido pero sí hay rigor estético y sí hay rigor técnico en ellas.El sentimiento es casi siempre el mismo y la traición se siente casi siempre igual por eso el coro suena en cualquier idioma igual de lastimero. En el transcurso de ese duelo, se bosquejan notas, pasos, pinceladas que una a una y poco a poco nos ayudan a transitar hacia lo impensable, sanar.Las mujeres y los hombres lloran, pintan, bailan, cantan, se curan y lamen sus heridas como pueden, con lo que pueden y con quien pueden. La discreción no factura, el morbo, sí.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina