Desde hace muchos años he estado pendiente de la diferencia entre autonomía, heteronomía e independencia. En alguna discusión con altos funcionarios de cultura en la ciudad explicaba yo que la figura de autonomía (que cierto director artístico exigía de sus jefes) no tenía que ver con la de independencia total de ellos, puesto que aquella petición era una que una confluye con más entes (autonomía u heteronomía según Kant) y la independencia habla de un proceso aparte, individual y no necesariamente colectivo. Entre que seguramente no me di a entender y tampoco había una calidad de escucha suficiente me dediqué a pensarlo en términos personales para poder comprenderme mejor.Mi padre viene de una generación en la que la cultura del trabajo es superior incluso a la familia. En mi casa, se decía que “chamba es chamba” y con estas tres palabras se anulaba la posibilidad de asistir a una reunión de amigos, familia, viajes y por supuesto al obligado aunque muy poco valorado ocio o descanso. Con el paso de los años me di cuenta que este principio no sólo vivía en mi familia sino en que varias más donde los padres e incluso muchas madres no pasaban tiempo con los suyos por cuestiones laborales. Mucho se ha hablado de los derechos laborales de las mujeres y algunos pasos importantes se han dado para que la crianza se vuelva paritaria con los padres (o viceversa). La figura del padre en los últimos 50 años ha cambiado radicalmente conforme la vivió el mío, el suyo y el de muchos más no sólo requiriendo más su presencia en términos logísticos en la vida de los hijos sino emocionalmente y psicológicamente de ellos, de todos, como familia.Los padres quienes nos dan cierta estructura para crecer nos inculcaron el “valor del trabajo” entre armándonos y curándonos en salud por cualquier cosa que nos pudiera pasar en la vida adulta. En mi círculo más próximo todas las hijas de estos señores de alrededor de 60 años trabajamos, nos ganamos el pan y sostenemos hogares, criamos hijos y demás. Pero hubo una cosa que a nuestros padres no les enseñaron, no les hablaron de la culpa de sostenerlo todo, de tener que sobreponerse a malos ratos, malos jefes, malos momentos, pérdidas emocionales y sobre todo de experiencias vívidas con sus familias. A los padres que han ido resolviéndose para enseñar más allá de la independencia total con la que querían blindar a sus hijos y a los padres que dándolo todo tampoco fue suficiente, mi entera compasión. En un momento del mundo en el que las mujeres tenemos o queremos hacer resonar nuestra voz, no olvidemos que quienes criamos -todavía- a los futuros padres de familia que serán sin duda un apoyo (pero no necesariamente uno o el único sustento de casa más allá de la economía) somos nosotras. Que el camino de la crianza sea humano y sin estereotipos es un ideal que va más allá de etiquetas, que sea presente y sea envolvente, que mamemos de los nuestros e inculquemos a los propios los altos valores de autonomía y de independencia pero que permitamos que los padres se involucren de verdad en la vida de los hijos.A mi padre, uno de mis grandes maestros.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina