Entre accidentes, homicidios, migrantes en tragedia, es difícil evitar en una conversación de fin de año, el tema de la violencia, ésta que se mete entre las juntas que unen los pilares que soportan la estructura de una sociedad pujante y convulsa como la nuestra. La plática de sobremesa puede ser muestra de lo que pasa y de lo que se piensa. Nuestros personajes dicen que es el poco aprecio a la vida lo que impulsa la agresión, mientras otros argumentan respecto a la trivialización del dolor ajeno sumado al imperio de lo tangible, de la experiencia y el dinero como únicos puntos de referencia moral. El de más edad se anima a afirmar:Sea como fuere, el hecho es que la violencia se convierte en parte de nuestra experiencia cotidiana y eso nos corroe más rápidamente que el tiempo.Los más jóvenes agregan que consumimos una enorme cantidad de imágenes de agresión al hombre, mediante los dispositivos digitales ya sean reales o imaginarias que se convierten en normalidad. Se reduce nuestra capacidad de asombro ante el sufrimiento y la muerte hasta que estos nos rozan los entornos.El estudiante de arte en la mesa tercia:La reacción ante la violencia es un tema muy amplio del comportamiento social de nuestro tiempo; la forma de actuar frente a la agresión creciente es un desafío. Parece que de cualquier forma la contención o combate a la violencia es un asunto de las leyes. De las que indican íntimamente la forma correcta de actuar y de las que nos ordenan el deber legal. Hay siempre un conflicto en la limitación de la voluntad, que resuelve una disposición que se presume correcta. La defensa armada para prevenir un ataque armado es una escena que parece adecuada para ilustrar un ejemplo para legitimar la contención de la violencia con su ordenamiento.Mientras el sacerdote invitado, luego de escuchar con detenimiento y asentir con la cabeza, varias veces mientras avanzaba la tarde, interviene:Esas leyes humanas que incluso han provocado la cólera de Dios, han provocado incluso que ante el horror de la realidad se emprendan el abandono hacia lo místico. La violencia al prójimo es, en cierto sentido, la contraposición del reino del amor y por eso es rechazada es al mismo tiempo pecado y delito. La ley es una forma violenta de imponer un orden mínimo de respeto al hombre que es siempre incómoda, cuestionada, falible. Nuestra civilización es de leyes: las que Antígona alega como leyes no escritas de los dioses, como las tablas de Moisés y las establecidas por Jesús de Nazaret.Vuelve el estudiante:Acatar la ley, interpretarla, juzgarla, debatirla y aun rehacerla es una de las acciones continuas en las historia de nuestra civilización. La autenticidad, la legitimidad, la corrección son asuntos recurrentes en el pensamiento, la literatura y al mismo tiempo en el ejercicio de todo tipo de autoridad. El mundo de hoy tiene además como condición un mínimo de eficacia en la aplicación efectiva de ciertas leyes que garanticen dignidad; es decir unas condiciones de vida equitativa en libertad respecto a un promedio aceptado como mínimo.La madre mayor por fin hace oír su voz con autoridad:En México nos ha alcanzado la urgente necesidad de hacer que la ley realmente contenga la violencia que se extiende como un nubarrón en el horizonte. Para ello más allá de la necesaria actuación de la autoridad, es necesario reaccionar, cada uno, manteniendo nuestra capacidad de indignación ante la brutalidad que significa la violencia fratricida. Además de exigir castigo, es necesario, actuar cada uno, en ser y hacer mejor. La razón está en sumar para hacer que ese escudo de respeto que cubre al otro, nos proteja a todos. Es labor cotidiana, aparentemente pequeña, pero esencial para cambiar la normalización de la violencia.El aprecio a la vida, evitar las falsas fugas al abismo, el respeto profundo al sufrimiento de cualquier persona, la adecuada perspectiva del tener y el vivir experiencias, son parte de una suerte de acuerdo general que aun existiendo, hay que subrayar. La solución está en que cada uno sea más fuerte, más digno, más humilde frente al otro.