“Una vez atravesado el umbral, el héroe se mueve en un paisaje de sueño poblado por formas curiosamente fluidas y ambiguas, mientras pasa por una serie de pruebas”, así define Joseph Campbell la iniciación en los mitos en su libro El héroe de las mil caras (FCE, 2014), uno de los periplos que asocio con la obra reciente de Arnaldo Coen, “per-versiones” que se expone en la galería del Seminario de Cultura Mexicana en Polanco.Conozco a Arnaldo desde hace cuarenta años cuando nos reuníamos en Los Geranios de Coyoacán para platicar del amor, la locura, los oficios, la puesta de sol en Chapala o la editorial, la pintura y los sueños. Desde entonces Arnaldo nos aseguraba que “el arte es una conquista de la libertad capaz de comunicar un universo espiritual y formal”. Con esta obra reciente la sorpresa fue total: nada que ver con lo que había hecho hasta entonces, como si hubiera atravesado un nuevo umbral para plasmar unas imágenes como las que se presentan en los sueños y que no son meras representaciones, sino verdaderas experiencias del alma o, como dice Freud, la realización (disfrazada) de un deseo reprimido.Digo todo esto después de haber visto los cuadros de gran formato con fondo negro, negro como mi alma, negro que te quiero negro, negro de luto, negro como esas noches cuando flotan unas formas redondas y ambiguas en donde nos da la impresión de estar asomados desde el fondo de nosotros mismos y vemos a unas formas blancas y doradas, fluidas y ambiguas que flotan como si trataran de escaparse del inconsciente para escenificar una obra de teatro.Con buen sentido del humor, juega con eso que flota, con la “multiplicidad de las figuras de este mundo”, como dice Fernando Fernández, evitando quedarse atrapado, porque ha conquistado la libertad.Me detuve para ver varios cuadros tratando de adivinar su significado. En cada uno de ellos confirmé la capacidad que tuvo para renovarse y crear una obra nunca antes producida. Asombrado, veo el “Regocijo confiado y sereno” donde parece que hay un bailarín, que puede haber sido él mismo a punto de girar por los aires. Me llamó la atención la “Sabiduría del rey Wen” -el rey que creó el I Ching en donde nos podemos ver retratados en todas las facetas posibles, como si fuera un caminar sin fin-, donde un genio sale de la boca de un animal fantástico como el que aparece si frotamos la lámpara de Aladino en Las mil y una noches, un genio que se eleva como la bruma antes de doblegarse soltando al pez dorado. ¡Ah!, pero lo que no pudo soltar fueron los cubos que siempre le han acompañado y que ahora los ha retomado una vez que los recortó para intervenirlos y colocarlos como cédulas al lado de cada uno de los cuadros, para seguir siendo un punto de contacto en el tiempo con esos “cubos que han sido uno de sus motivos preferidos de exploración”, como apunta Fernández. De esta manera sutil, el pasado y el presente se funden para convertirse en futuro: si queremos conocer el título de las obras, nos acercamos para leer en esos cubos -como si fuera una nota al margen-, pequeños, bellos y misteriosos con los que Arnaldo conecta el pasado con el presente.Logró cruzar el umbral para transitarlo con estas obras en una especie de iniciación de una nueva aventura, como en los mitos, como en los sueños, una vez que abandonó las líneas y las perspectivas geométricas, para plasmar, en un fondo negro, unas figuras en movimiento, curiosamente fluidas y ambiguas, blancas y doradas, logrando con esa idea, una nueva serie ahora que ha cruzado una nueva frontera en la plenitud de su vida adulta. Viendo su obra, nos puede contagiar su deseo de vivir y las ganas de expresarse con plena libertad.