Cuando celebrábamos las fiestas de fin de año en los 50’s lo hacíamos en el Hotel Santa Anita de Playa Santiago, Manzanillo, gracias a mi amigo Guillermo Kunhardt que me invitaba a pasar esas vacaciones en su departamento de Olas Altas. En los 90’s las celebramos en Las Camelinas, Nuevo Vallarta, deseándonos tantas felicidades que perdían sentido. A partir del nuevo milenio, mucho antes de la pandemia, descubrimos las glorias de celebrar el año nuevo en la intimidad.Hace años que me hice de los siete tomos publicados por Debate Editorial sobre “el arte de vivir o la búsqueda de la felicidad”. Son siete los autores que expresan su manera de pensar sobre este asunto, que de algo nos puede servir, sobre todo, si creemos que vamos caminando sin rumbo y no nos damos cuenta que en lugar de acercarnos, nos alejamos. “El destino del ser humano no es sólo vivir, sino vivir bien”, decía Aristóteles, quien nos hace ver que la principal amenaza para lograrlo está en la sociedad, plena de prejuicios, trampas y vanas opiniones. Dice que todo debe empezar con el famoso “Conócete a ti mismo”, de tal manera que, a partir de conocernos, podamos realizar al máximo nuestras facultades nativas, una vez que hayamos aceptado nuestras limitaciones. Con esto, vamos por la ruta adecuada.Epicuro nos ofrece su visión para caminar por la senda de la dicha cotidiana, si evitamos caer en las falsas ilusiones trascendentes y nos aplicamos con moderación a los deseos, rechazando esos temores irracionales que no nos permiten disfrutar de los placeres implícitos en una vida sencilla, enmarcada por el conocimiento, la memoria y la amistad.También nos enteramos de esa “mirada tersa y fresca de Michel de Montaigne” que podemos considerarla “moderna, amistosa e inquisitiva”, para contrastar a los infelices monotemáticos, incapaces de experimentar “la alegre lección de la sabiduría y del afecto por la extraña variedad que existe en el mundo”, tal como Shakespeare lo puso en boca de Hamlet, explicándole a su amigo que “más cosas hay en el cielo y la tierra Horacio, que las que sueñan en tu filosofía.” La conquista de la felicidad se titula el libro de Bertrand Russell, que parece ser el resultado de su experiencia, pues nos dice que él no había nacido feliz y que, en la adolescencia, odiaba la vida hasta que lo salvó el deseo de aprender más matemáticas. “Ahora, resulta que disfruto mucho de la vida”, como aseguraba este hombre que vivió hasta los 98 años de edad, enfatizando que la felicidad se conquista. Había logrado, poco a poco, lo que más deseaba y, con el tiempo, se preocupaba menos por él. Había reconocido tres clases de absorción en uno mismo: el pecador que siempre se desaprueba; el narcisista que sólo se admira a sí mismo y desea ser admirado, incapaz de interesarse por algo que no se relacione con él y, el megalómano que padece delirio de grandeza y sólo desea ser poderoso y temido.Russell trata de eso que habíamos experimentado en las fiestas de fin de año cuando creíamos que la borrachera y las multitudes eran la puerta de entrada a la felicidad, sin darnos cuenta que lo único que producía era “liberar por un rato el sentimiento de culpa, ese, que nos mantiene reprimidos el resto del tiempo.”Una vida feliz -decía Russell- se puede lograr a partir de tener una vida tranquila, pues sólo en un ambiente así, podemos vivir bien y celebrar el paso del tiempo, sin tanta parafernalia.“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, como cantan en La verbena de la Paloma: resulta que los neurólogos han descubierto “el cuarteto de la felicidad”: la dopamina, la oxitocina, la serotonina y la endorfina, cuatro sustancias que, aliadas, protagonizan el bienestar, como lo explican en El cerebro de la gente feliz, el libro de Sara Teller y Ferran Cases, cuya historia llama la atención, pues explican la felicidad, desde el punto de vista neurológico.malba99@yahoo.com