El viernes fue el último día para Manuel.Desde los 18 años trabajó en el rancho Mazati de Tapalpa. En esa reserva forestal de dos mil 700 hectáreas, gestionada como un desarrollo ecológico, se capacitó en el combate de incendios forestales. Manuel dedicó la mañana a labores en el rancho, acordonamiento de ramas y troncos para protección del suelo, cuando a mediodía alertaron de un fuerte incendio en El Carrizal y Tilia.La ley forestal habilita a la autoridad para solicitar el apoyo de silvicultores y propietarios organizados del bosque en el combate al fuego. Por eso Manuel se dirigió a la conflagración en una brigada de 10 hombres. Uno de ellos era el jefe de la brigada, don Elías, un veterano combatiente… y padre de Manuel.El viernes, alrededor de las tres de la tarde, Manuel se internó en el bosque con dos combatientes más (juntos formaban una cuadrilla; Manuel era el líder). Su trabajo consistía en realizar brechas cortafuego y contrafuegos.En ese momento soplaban vientos de 35 a 40 kilómetros por hora. La temperatura ambiente marcaba 35 grados centígrados y menos 10% de humedad. La topografía era irregular. En resumen, las condiciones ideales que favorecen un incendio forestal.Alfredo Nolasco, ingeniero forestal que estaba en la zona, me explicó qué pasó. En algún punto, el viento cambió de dirección, lo que generó pavesas o chispas que provocaron incendios secundarios. Eso, a su vez, generó un “comportamiento explosivo” del fuego. La propagación de las llamas en esos casos alcanza los 120 metros por minuto.Eso enfrentaron Manuel y sus dos compañeros: “Un atrapamiento por cambio de comportamiento en la dirección y velocidad del viento”. Pero, ¿por qué Manuel perdió la vida y sus dos compañeros sobrevivieron? Como líder de cuadrilla, Manuel debía realizar evaluaciones y caminamientos. Eso lo obligaba a adelantarse para hacer reconocimientos de campo: “Como él estaba en lo más profundo del bosque, cuando se da la alerta de la explosión del incendio, a él le corresponde la distancia más larga de salida”. Los otros dos brigadistas sólo tuvieron quemaduras de primer grado.Le pregunto a Nolasco, uno de los mayores expertos en combate al fuego en el país, qué piensa ante este evento trágico. Tras evocar la escena de un comedor familiar con una silla vacía, remarca que la sociedad debe pensar en las consecuencias de sus acciones porque el 99% de los incendios forestales son generados por las personas. En ese instante, se hace un silencio; no tengo claro si se le cortó la voz o falló la señal telefónica. Lo descubro hasta que escucho otra vez la grabación.No abundamos sobre don Elías, padre de Manuel, y coordinador de la brigada. Don Elías no es responsable de los vientos, el calor, la “sequedad extraordinaria” de esa tarde, la topografía y la pavesa que abrasó a su hijo.Un hombre de unos 65 años, nativo de Tapalpa, le platicó a Nolasco que en toda su vida había visto un incendio como el que enfrentaron 300 combatientes y que controlaron hasta el sábado a las 23:00 horas.El gobernador Enrique Alfaro, en su mensaje de condolencia del viernes, no mencionó el nombre de Manuel. Se refirió a su fallecimiento como el de “un brigadista que formaba parte de una empresa privada”.Su nombre completo era Manuel Alejandro Justo Hernández, de 22 años, esposo y padre de dos pequeños. La “empresa” era el rancho Mazati cuya brigada forestal fue convocada por la coordinación regional de incendios de la Semadet para atacar una de las deflagraciones más agresivas de los últimos tiempos en Tapalpa.La muerte de Manuel no fue un evento privado. Se trata de una tragedia colectiva. Nos pertenece a todos. jonathan.lomelí@informador.com.mxJonathan Lomelí