Domingo, 27 de Abril 2025

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La banalidad del mal y el 8M

Por: Luis Ernesto Salomón

La banalidad del mal y el 8M

La banalidad del mal y el 8M

Vivimos días vertiginosos, atrapados en un torrente de información que trastorna nuestra percepción y alimenta la incertidumbre. Elevar la mirada para comprender dónde estamos se ha vuelto una tarea urgente, y en ese esfuerzo han surgido voces que intentan arrojar luz. Una de ellas, notable por su claridad y audacia, fue la del senador francés Claude Malhuret, quien el 4 de marzo de 2025, ante el Senado de su país, describió el enorme desafío que enfrenta el mundo libre frente al avance del totalitarismo. Sus palabras, cargadas de advertencia, resuenan más allá de Europa y nos obligan a mirar nuestra propia realidad.

Malhuret alertó sobre un momento crítico: el repliegue de Estados Unidos bajo una administración errática, el abandono de Ucrania y el fortalecimiento de Rusia. Pero su diagnóstico trasciende la geopolítica; apunta a una amenaza más profunda que Hannah Arendt, hace décadas, definió con precisión al analizar el totalitarismo. Para Arendt, este no requiere negar la realidad, sino borrar la frontera entre verdad y mentira, entre lo real y lo ficticio. “El sujeto ideal del régimen totalitario”, escribió, “no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino aquel para quien la distinción entre verdad y mentira ya no existe”. Hoy, en medio de un torrente de desinformación propagado con intenciones oscuras, distinguir la verdad se ha convertido en un acto de resistencia.

En México, esta reflexión cobra una dimensión dolorosa. Mientras celebrábamos un respiro diplomático —el acuerdo para diferir la aplicación de aranceles gracias al talento de la presidenta Sheinbaum y su equipo—, la noticia de los campos de exterminio descubiertos en Teuchitlán, Jalisco, nos golpeó como un recordatorio brutal de nuestra fragilidad. Restos humanos, trapos, zapatos: evidencias de una violencia intolerable que no solo exhibe el poder del crimen organizado, sino que pone en entredicho la solidez de nuestras instituciones. Estas imágenes, que alimentan la narrativa de los halcones de Trump y su presión sobre México en temas de seguridad, nos enfrentan a una pregunta ineludible: ¿hemos normalizado el horror?

Arendt habló de la “banalidad del mal” para describir cómo los peores crímenes no siempre son obra de monstruos, sino de personas comunes que, sin reflexionar, aceptan los mandatos de la autoridad o la inercia del caos. En México, hemos dado un paso hacia esa banalidad: el terror, que antes nos indignaba, se ha infiltrado en la vida cotidiana. Cientos de personas habrían perecido en ese rancho de Teuchitlán, y lo que debería ser un escándalo nacional corre el riesgo de diluirse en la rutina de la violencia. Esta normalización es el verdadero rostro del autoritarismo que nos acecha: no un golpe de Estado, sino la erosión silenciosa de los límites de la convivencia, donde el crimen somete a algunas autoridades locales y desafía la capacidad del Estado.

El mundo no está exento de esta sombra. En Europa, Malhuret advierte que el expansionismo de Putin amenaza la existencia misma del bloque, mientras en Estados Unidos se encienden las alarmas ante el desmantelamiento de instituciones democráticas y el ejercicio vertical del poder. En México, el peligro no viene solo de fuera, sino de nuestra propia incapacidad para reaccionar. Una sociedad que aspira a vivir mejor no puede seguir sometida al terror que, poco a poco, ha minado su esperanza.

Para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, vale la pena volver a Arendt. Su vida fue un testimonio de lucha: una mujer que alzó la voz contra el terror y el autoritarismo, y con su talento iluminó el pensamiento de su tiempo. Nos dejó una lección clave: “La incapacidad de pensar es una de las condiciones esenciales para que el mal prospere”. Si queremos resistir —al totalitarismo global, al crimen que nos desangra, a la indiferencia que nos paraliza—, debemos recuperar la capacidad de pensar críticamente, de indignarnos, de actuar. Porque la banalidad del mal no es un destino inevitable: es una advertencia que debemos atender.

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