-Me acuso Padre de Todo. -¿Cómo que de Todo? -Sí, de Todo, de todo... -Yo no puedo absolverte así nomás de todo. Barájamela más despacio... -Pues ái le va...Y ese ‘ái le va’ podrían ser todas y cada uno de las historias que nos cuentan las diferentes voces que vamos conociendo en La Feria (FCE, 1963), tal como lo imaginó Juan José Arreola (1918-2001) que este año cumple el primer centenario de su nacimiento y que en vida vivió 83 años navegando por el mar de su erudición, aprovechando el viento que tensa la principal para desplegarla sin importarle que el viento y la brisa con la que navegaba le permitió llegar a la meta con una cultura literaria universal que contenía todo lo que podía caber bajo el arco iris.Arreola no distinguía la frontera entre la imaginación y la realidad y, por eso, a la menor provocación se desbocaba con la misma alegría con la que leemos sus cuentos -como decía Julio Cortázar-, llenando de luz las noches en vela con las voces de esas historias tan de provincia. “Partía del amor por su tierra para encomiar sus paisajes y gentes, hacer la crítica a las costumbres, contar su historia y recorrer de nuevo los vericuetos de la infancia, lleno de pequeñas glorias y de largas sombras”, como decía Hugo Gutiérrez Vega.Todos los pecados y sus pecadores tienen voz en La Feria: los nativos, los terratenientes, el cura y Urbano, ese sacristán encargado de tocar las campanas que casi siempre lo hacía borracho; el que va a confesarse y quiere la absolución ‘de todo’; Odilón, que ‘nomás anda buscando a esas muchachas que le hagan el áijale’; Fidencio, el comerciante de velas de cera y las beatas, los campesinos y unas voces sin nombre, aterradas por el temblor, así como, las fatigas de los hombres del campo a la hora del barbecho, la siembra o la cosecha si las aguas lo permitían; o la jovencita María Helena que va a Colima o viene a Zapotlán mientras abandona a su poeta enamorado en el despertar del sexo y los embarazos que luego regaban de chiquillos como los propios, o al querido Marqués, a quien le gustaba ir de día al burdel de María la Matraca que estaba por la calle de Guerrero.-Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande-, declaraba Arreola nacido en aquel pueblo al sur de Jalisco del que siempre estuvo orgulloso y por eso declaraba haber nacido allí mismo, para ver si a las autoridades se les ocurría volver a cambiar el nombre que le han impuesto como “Ciudad Guzmán”, que tiene el apellido de un señor desconocido, sin prestigio ni sustancia alguna.Varia invención (1949), Confabulario (1952) y La Feria (1963), son tres de las obras de este hombre iluminado en donde nos enteramos de las vidas, obras y pecados de aquellos que asisten cada año a la feria de Zapotlán, escrito como si fuera un apocalipsis de bolsillo con fragmentos de la tradición oral o escrita de ese pueblo imaginario al sur de Jalisco, escrito por Juan José Arreola que hablaba y hablara en TV con su pelo chino, sombrero de copa y una capa negra de mago como buen actor que era.“Si en mi mano estuviera, yo les aconsejaría a todos los visitantes que ya no vengan a la feria del año que viene. Estamos en la más completa decadencia, y no es porque yo ya me sienta viejo y cansado. Ahora todo lo veo como de mentiras y nadie se divierte de a deveras. Hasta los mismos danzantes ya no parecen de aquí, vestidos de artisela como bailarinas de carpa. Antes tan serios, tan ensimismados, con sus guaraches burdos y sus calzoneras de cuero. Ahora se ponen zapatillas de charol, con moño y tacón” y así, con este texto se despide el de Zapotlán el Grande que, en verdad, hemos leído con alegría.(malba99@yahoo.com)