Además de llevar tatuada en el pecho el águila juarista de Movimiento Ciudadano, ¿qué guardan en común los gobernadores de Jalisco y Nuevo León? Su gran afinidad por las redes sociales y una estrategia de comunicación que en la teoría pretende ser cercana, apacible y cordial, pero en la práctica se ejecuta con el estómago.El exabrupto que esta semana salió del alma de Samuel García, quien harto de ser víctima de bullying digital de plano se desentendió de los cortes de luz y el abasto de agua en su Estado, no es solamente una prueba más de la ¿jocosidad? en el estilo regio de hacer política. Es un descuido grave y, además, el hilo que lo une con su símil jalisciense, Enrique Alfaro.Porque no es un secreto: en Jalisco existe la política pública del “no me toca”.En mayo de 2021, el gobernador Enrique Alfaro aseguró que el combate al crimen organizado es una responsabilidad de la Federación. Lo hizo casi exactamente tres años después de que él mismo criticó a la administración de Aristóteles Sandoval porque “en materia de seguridad y justicia, su gobierno ha sido un rotundo fracaso” y luego lo invitó a dejar su cargo.Enrique Alfaro ha argumentado lo mismo al hablar sobre el cuidado de los bosques, que le toca a la Comisión Nacional Forestal, y a la infraestructura para garantizar acceso al agua potable, que es responsabilidad de la Comisión Nacional del Agua.Incluso, el gobernador ha sugerido que la grave crisis de desaparecidos que azota al Estado es responsabilidad de los padres de familia.Es decir, reducir los homicidios, evitar que se quemen los bosques y garantizar agua para todos es una responsabilidad del piso de arriba. Y si bien es cierto que existe un Gobierno federal que debe asumir esa responsabilidad, ¿entonces dónde queda el Gobierno local? ¿Cuál es su razón de ser?¿Por qué en Jalisco votamos por 125 alcaldes y un gobernador que, con toda la facilidad del mundo, pueden argumentar que no les toca? ¿Por qué en Nuevo León también deben padecer los estragos de esa cínica TikTokracia del “no me toca”?Como político en campaña, lo más simple es abrir la boca y prometer hasta que se esfume la cordura. Lo malo es que te elijan y entonces haya quien te exija cumplir.Cuando Samuel García fue candidato a la gubernatura, él se comprometió a defender el agua y a reestructurar por completo el sistema para su aprovechamiento. Hoy no hay y “no le toca resolverlo”. Más atrás, cuando era senador y presentó un libro, propuso un nuevo plan hídrico como uno de sus 12 proyectos para “sacar adelante” a ese Estado. Hoy, “ahora resulta que la mentada de madre es porque no hay agua, como si a él le toca”.Cuando Enrique Alfaro fue candidato a la gubernatura, prometió “limpiar la casa” y depurar a las instituciones de seguridad. Dos años después, tanto él como su fiscal reconocieron que no se había avanzado mucho en ese tema y hoy, combatir al crimen organizado ya es responsabilidad de alguien más.Basados en estos hechos, queda más que demostrado que la línea entre abrir la boca y cumplir lo que se promete es muy grande. Lo más simple siempre va a ser pedir votos para delegar la responsabilidad después, y vivir en esa burbuja TikTókrata de las redes sociales que bien puede ignorarse al pagar el servicio premium de aplausos en granjas de bots.Y mientras tanto, a los tapatíos y a los regios… ¿Cómo nos va con la seguridad, las desapariciones y el acceso a agua potable?