Quién sabe cuántas vidas tenga Movimiento Ciudadano, pero este invierno ya ha desperdiciado varias. Su candidatura presidencial se ha desinflado estrepitosamente, y con ello la oportunidad única para presentarse como una tercera vía en México, más allá de sus declaraciones. No es que tuviera una oportunidad real de competir contra Morena y la alianza opositora, las dos fuerzas políticas que se disputan el poder. Pero sí había una enorme posibilidad de presentarse en las ligas mayores como un partido con derecho propio, por encima de la multitud de organizaciones centaveras que, al margen de sus intenciones iniciales, se han convertido en paleros destinados a sobrevivir a la sombra de los grandes.Presentar una candidatura propia era buena idea. Más aún, era imprescindible. Haberse adherido a Claudia Sheinbaum o a Xóchitl Gálvez a cambio de prebendas, boicoteaba cualquier pretensión de venderse al público como una tercera vía, distinta a los dos bandos predominantes. Recordemos que MC en realidad solo tiene dos éxitos, ambos regionales aunque ciertamente respetables, las gubernaturas de Nuevo León y Jalisco. Pero en ambos casos se trata de triunfos coyunturales: el embate autodestructivo entre PRIAN y Morena (Nuevo León) y el desgajamiento de panistas y empoderamiento de una fracción universitaria (Jalisco). Ninguna es el resultado propiamente de la construcción de una base real, aunque ciertamente los dos gobernadores, una vez en funciones, están intentando fortalecer una corriente local emecista propiamente dicha. Sin embargo, como fenómeno nacional, MC es todavía irrelevante, más allá de los corrillos políticos y los medios de comunicación aburridos de la cobertura binaria, cada vez más monótona.El problema para MC es que la legitimación de un partido procede de las cifras de electores que pueda congregar, no de sus supuestas intenciones o, peor aún, de las notas de la comentocracia. Por lo mismo, presentar una candidatura era necesario, pero también suponía un enorme riesgo, pues evidenciaría su verdadero potencial (o la falta de este). En los últimos meses se habló de la candidatura de Marcelo Ebrard o de Samuel García y en la euforia se veían en condiciones, incluso, de alcanzar a Xóchitl Gálvez y convertirse en la segunda fuerza política del país. Una meta seguramente irreal, pero revelaba el tamaño de las ambiciones.Como sabemos, las dos opciones estelares terminaron mal para MC. El excanciller Marcelo Ebrard acabó desdeñando el largo cortejo amoroso del que fue objeto por parte de Dante Delgado, el mandamás del partido ciudadano. Seguirá siendo un misterio las razones que llevaron a Ebrard a cerrarse todas las puertas, incluida esta, en lo que hasta ahora parece una especie de suicidio político. Primero, el ex jefe de la Ciudad de México dinamitó su relación con Morena, y en particular con la heredera del bastón de mando, Claudia Sheinbaum, al impugnar de manera pública y hostil el proceso interno de selección. Algo que resulta difícil explicar, porque el consenso de las encuestas hacía evidente, de manera anticipada, el triunfo de ella, y el enorme premio de consolación que se le había ofrecido. Ser coordinador del Senado en la próxima administración lo convertía en jefe del poder legislativo los siguientes seis años; eso habría significado prácticamente cogobernar con Palacio Nacional e impulsar su propia agenda, toda vez que se trataría de una presidencia menos dominante que la actual de López Obrador. Habría sido el puesto político más importante, solo a la saga de Sheinbaum. Por alguna razón Ebrard escogió el peor de los escenarios, boicoteó este papel a cambio de nada; quedarse en Morena en calidad de paria.Por lo mismo, resulta aún más misteriosa la razón por la cual, ya en este punto, rechazó la balsa salvavidas que puso a su disposición Movimiento Ciudadano. No era un mal plan B. Con Ebrard como candidato este partido podría haber alcanzado un porcentaje respetable, seguramente por encima del 10% de la votación y había encuestas que subían esa proporción hasta 17%. Eso habría instalado a esta fuerza en el panorama nacional. Y, mejor aún, la candidatura de Marcelo habría sido ancla para una captación mayor de legisladores para MC. Muchos de ellos habrían sido del grupo de Ebrard. Basta decir que con el 10% de los diputados el partido podría haberse quedado como el fiel de la balanza el próximo sexenio, la fuerza que definiera las decisiones controvertidas, el árbitro con poder para hundir o hacer prosperar nombramientos, presupuestos, leyes y reformas. En pocas palabras, dejaba a Marcelo en posibilidad de quedarse tendencialmente con el partido mismo.Cancelada la opción de Ebrard, MC recurrió a Samuel García, gobernador de Nuevo León. Si lo de Ebrard fue un desdén, lo de Samuel resultó un ridículo. El joven y desenfadado político intentó lanzarse a la candidatura con un permiso temporal, sabiendo que regresaría a los pocos meses. Para él era atractivo porque constituía un paseo promocional por todo el país, un ensayo de lo que sería su campaña para el 2030. Pero desconocimiento jurídico y torpeza política provocaron que se fuera en banda: no había posibilidades de dejar a un incondicional como gobernador provisional aunque lo intentó hasta el último minuto, en una cuenta regresiva tragicómica.Con la boda en puerta y sin novio a la vista, la familia ciudadana tuvo que echar mano de un candidato emergente entre el casting que pudieron encontrar. Cabía una sorpresa in extremis, una carta bajo la manga, consistente en alguna figura nacional, ajena a la política, capaz de generar expectativas entre los muchos ciudadanos despolitizados o hartos de la clase política. Pero no, la distinción recayó en Jorge Álvarez Máynez, un joven cuadro cuya mayor virtud es que no tiene malos antecedentes, y la peor que, para efectos de la masa de votantes, no tiene antecedentes, punto. En suma, el desenlace de la larga telenovela de MC y su famosa tercera opción frente a Sheinbaum y Xóchitl resultó anticlimático, y probablemente intrascendente.Esto pone al partido en un gran riesgo. Una votación presidencial que ronde el 5 o 6%, exhibe a MC pues dimensionaría alcances mucho más modestos que las enormes expectativas que generó su largo proceso de deshojar la margarita. Un porcentaje como ese lo pone en la escala de lo que alcanzó el Partido Verde. Y eso da para convertirse en carne de alianzas, escudero de terceros, fuerza a la venta del mejor postor. MC tiene cuatro meses para demostrar lo contrario, pero para eso tendría que dejar de tirarse disparos al pie.