Recién visité el Lago de Chapala. Llegué vía carretera a Morelia por Jocotepec. En las proximidades del lago me sorprendió el paisaje “nevado” por varios kilómetros a las orillas de la carretera: cientos y cientos de carpas de plástico blanco tapizan la región con cultivos de berries. Mientras conducía pensé en la demanda de agua para esos invernaderos cercanos al lago, la erosión del suelo y el efecto de la luz solar sobre los plásticos en el calor de la zona. Pensé en eso que los expertos llaman “fenómenos climatológicos extremos” como consecuencia de la crisis climática. Pensé en Acapulco y cómo el huracán Otis evolucionó a categoría 5 con una rapidez y fuerza inusitada. Y pensé que lo ocurrido a Guerrero, un solo fenómeno natural devastador, ha tenido ecos premonitorios en Jalisco. En 2015 nos salvamos de Patricia, el ciclón tropical más intenso jamás observado en la historia, que iba a golpear nuestras costas igual que Otis pero la Sierra Madre Occidental nos salvó. Sin embargo, este año Lidia dañó tres mil 400 viviendas en diez municipios, de acuerdo con la declaratoria de desastre del Periódico Oficial de Jalisco. Pensé en el 13 de junio de este año. Ese día rompimos un récord histórico de calor. En Guadalajara alcanzamos los 40.5 grados centígrados y 41 grados en Tlaquepaque, según el Servicio Meteorológico Nacional. Pensé en el desborde del arroyo “El Cangrejo” en Autlán de Navarro que cobró ocho vidas. Y en el desborde del río Salsipuedes en San Gabriel en 2019. Allí cinco personas murieron y un pueblo quedó sepultado en una avalancha de troncos, lodo y cenizas. En ambos casos la deforestación para sembrar aguacate y agave propiciaron estas tragedias sumado a los incendios. Este año casi no llovió. Sin embargo, registramos un récord de muertes en el temporal: 19. Hace unos días, Jorge García, secretario de Medio Ambiente en Jalisco, confirmó que fuimos el estado con más incendios y superficie afectada. Y proporcionó un dato escalofriante: este año registramos 41 semanas de sequía cuando otros años han sido de 24 a 26. Se avecina un estiaje severo para el próximo año. Las 24 presas principales de Jalisco están en promedio al 68 por ciento de su capacidad, según datos de la Conagua actualizados a esta semana. La Presa de Calderón, que abastece mayormente a Guadalajara, está al 39 por ciento de su capacidad. En octubre de 2020, el año previo al desabasto de agua en la metrópoli, estaba al 34 por ciento. Pero hace un lustro, en 2018, operaba al 101 por ciento. Por su parte el Lago de Chapala está a la mitad de su capacidad, su nivel más bajo en una década (el año pasado a esta misma fecha estaba al 70 por ciento). La crisis climática se expresa así, contradictoria: nos inundamos en medio de sequías severas y padecemos olas de calor mientras nieva. Nos dicen que Jalisco es el “gigante agroalimentario”, ¿pero a qué costo? Toda esa producción de berries, aguacate y agave requiere agua, el desmonte de zonas boscosas y tierras para explotar. La lógica detrás de todos esos cultivos que exprimen nuestros recursos naturales es económica. Los productores buscan el lucro, no la autosuficiencia alimentaria. Siembran lo que se vende, no lo que necesitamos. Esa lógica sólo puede traducirse en una depredación ambiental y crisis climática. ¿Cuántas señales más necesitamos para darnos cuenta?jonathan.lomeli@informador.com.mx