Hace años, cuando iniciaba mi participación política, durante una reunión nacional de jóvenes dirigentes, uno de los asistentes me preguntó: “¿De dónde vienes?” “De Jalisco”, le contesté, y dijo: “Los jalisquillos para lo único que son buenos es para pelearse entre ustedes, por eso nunca han tenido ni tendrán un presidente”. El comentario viene al caso por la confrontación que sostienen, desde hace tiempo, el Gobierno del Estado y la Universidad de Guadalajara.En política y en la vida, las cosas no son como uno quiere y debe existir un orden. El Gobierno del Estado, como es el caso, tiene el derecho de conducir las políticas públicas respaldado en la legitimidad de su representación.Ahora bien, el Gobierno es un ente cuya misión es escuchar, consensuar, convencer, acordar y coordinarse con los actores relevantes de la sociedad –dígase líderes religiosos, empresariales, sindicales, de instituciones intermedias y de organizaciones civiles independientes–, con el propósito de resolver los problemas superiores que nos afectan.La Universidad, por su parte, tiene bajo su encargo una de las mayores responsabilidades: la construcción y desarrollo de inteligencia como vía para reducir las diferencias sociales. Es de explorado conocimiento que mientras más y mejor preparados estén los miembros de una comunidad, mejores serán sus posibilidades de alcanzar niveles superiores de bienestar. Las universidades, por su naturaleza, deben abrirse a todas las ideas, así como ser plurales y respetuosas por cuanto a las opiniones de sus miembros a fin de impulsar la investigación y el conocimiento. Las universidades son escuelas de vida donde los jóvenes aprenden, no sólo una profesión, sino también a relacionarse, a compartir y a convivir: aprenden a ser ciudadanos. De ahí, la preocupación porque dos actores fundamentales para el desarrollo de Jalisco mantengan un insano desencuentro.El Presidente de la República tiene una opinión desfavorable, tanto del Gobernador, Enrique Alfaro, como del dirigente informal de nuestra casa de estudios, Raúl Padilla, a quienes ha denostado públicamente. El problema es que López Obrador alienta una confrontación que está alterando las relaciones institucionales y la necesaria armonía para el desarrollo de nuestra entidad.El tema no es quién gane. El tema es que se están perdiendo energías y recursos en un conflicto cuyo pronóstico es predecible. Finalmente, ambos están en la mira del Primer Mandatario de la nación.Para pelear, como para lograr entendimientos, se necesita el otro. En el caso que nos ocupa, debe prevalecer la prudencia. La complejidad de la época que estamos viviendo exige actuar con mesura. Los meses por venir se anticipan difíciles: el incremento los costos de vida, la violencia, que ha rebasado la capacidad de los gobiernos para controlarla, y los efectos derivados de problemas internacionales, como el desabasto de energía en Europa, consecuencia de la guerra en Ucrania, entre otros, obligan a la prudencia. Por el bien de Jalisco, hay que resolver este desencuentro y restablecer, cuanto antes, la concordia que nunca debió perderse. Más vale un mal arreglo que un buen juicio.