En un periodo de cincuenta años la política en México ha pasado por el idealismo socialista de los años sesenta, por el idealismo partidista de los años noventa, y por el idealismo democrático de los primeros años del presente siglo, para llegar finalmente a una profunda crisis de lo que es y debe ser la función pública y el ejercicio político.El socialismo muchas veces pro comunista de la primera etapa, generó líderes muy honestos y comprometidos que realmente buscaban un cambio radical que beneficiara a sectores de la población cada vez más marginados del otrora “milagro mexicano”.El idealismo partidista posterior a 1970 seguía creyendo que la solución a los problemas del país era un cambio radical de partido, es decir, que un partido distinto o nuevo era la única posibilidad que tenía México, ante el fracaso de los movimientos estudiantiles y guerrilleros precedentes, disueltos con plata o con plomo.La rapidez con que todo otro partido, nuevo o viejo, se corrompía, puso el acento en lograr entonces una sociedad democrática y participativa, capaz de sujetar tanto a los partidos como a los gobiernos emanados de ellos, llegando incluso a establecer las candidaturas independientes.En las tres etapas mencionadas fue el sistema político mexicano el responsable de sofocar el entusiasmo y la esperanza de un país distinto, un país de compromiso con los sectores más vulnerables, de libertades y oportunidades leales para los partidos, cuando todavía se creía en los partidos, o de un país donde crecimiento y desarrollo finalmente se conciliarán en una sociedad democrática y participativa, más por el empuje de la gente que de los políticos.Es verdad que en cierto modo, el actual gobierno federal podría representar la posibilidad de hacer realidad algunos de los postulados anhelados en esas tres etapas que hemos vivido, pero luego de tantos años de idealismos frustrados resulta difícil creerlo, aún si millones de mexicanos tradicionalmente desprotegidos, hoy por primera vez en la historia reciben ayudas económicas contantes y sonantes, sin las cuales la actual crisis económica mundial estaría siendo para ellos mucho más agresiva y explosiva de lo que ya es.En cambio, el futuro político de la nación se está volviendo no incierto, sino certeramente regresivo, siendo sus síntomas, por una parte, la manera en que los medios de comunicación están siendo reprimidos o comprados, marginados al ostracismo los líderes de opinión, y promovidos solamente quienes apoyan a los nuevos políticos futuristas.Otro síntoma igualmente penoso es el surgimiento de políticos a los que nuevamente sólo les interesa la conquista del poder, pero carecen de planteamientos sociales, económicos y morales sinceros que diseñen metas realizables en beneficio de todos, metas sobre todo de carácter democrático que ayuden a la sociedad a superar su enajenación política, puerta de todo abuso y permisividad.Hoy día resulta evidente y preocupante el que estemos oscilando todo el tiempo entre la dictadura y la anarquía, y que nadie diga nada, pues incluso célebres analistas se han puesto al servicio o de los millonarios o de los partidos, pero ya no al servicio de la comunidad y, sobre todo, al servicio de la verdad y la justicia.armando.gon@univa.mx