El día de ayer se celebró la fiesta de los Santos Inocentes, celebración que con el tiempo hizo de la palabra “inocente”, sinónimo de incauto, y claro que para cada incauto habrá siempre un timador, alguien conscientemente decidido a engañar a otra persona abusando de la confianza o la buena fe, o sí, la inocencia del afectado.Los timadores no son necesariamente personas empeñadas en engañar, en ocasiones se trata de personas tan incautas como sus oyentes, que no hacen sino transmitir acríticamente lo que oyeron, vieron o leyeron sin jamás cuestionarse acerca de la veracidad de lo que dicen. De esta especie tenemos hoy miles y miles de representantes, particularmente los que transitan en las redes sociales o en internet y que propenden a creer a ojos cerrados cuanto por ahí circula. Antes del imperio de estos medios teníamos los libros de texto gratuitos, muy en concreto los de historia patria que, con igual inocencia o malevolencia, por años han transmitido una historia de México permanentemente alterada, mutilada, pero ya no necesariamente por la ignorancia de sus autores, sino por un segundo actor, la pasionalidad partidista o ideológica que acaba por imponer verdades a medias, ocultar datos y hechos, fabricar documentos falsos, falsear los verdaderos y crear de la nada héroes tan fantasiosos como sería el Pípila, o el mito según el cual Hernán Cortés, yendo de huida, tuvo a bien sentarse un rato para llorar su derrota, acaso para dar oportunidad a sus perseguidores de que lo alcanzaran.La pasionalidad, más que la pasión, es la enemiga número uno de la verdad en cualquier espacio, si ya de por sí la pasión es sospechosa, cuando ésta enferma y se convierte en pasionalidad, no queda ya posibilidad alguna para el entendimiento.Esta pasión enfermiza es la que hizo de la conquista sufrida por los aztecas un trauma nacional, la que atribuyó a Hidalgo la independencia, que apenas si inició, la que inventó la raza mexicana contra toda evidencia, o declaró anacrónicamente que san Felipe de Jesús era mexicano, asunto que, al santo, de haberle interesado, le habría sorprendido enormemente.Pero la inocencia no es víctima solamente de expositores exaltados y pasionales, basta ver el enorme repertorio de medicinas que lo curan todo, hasta lo que uno no tiene, y la facilidad con que la gente las compra y consume, junto con una infinita gama de artículos para embellecer, rejuvenecer o adquirir nuevas energías, sin entrar en el tema del mercado religioso, donde llevan la primacía los grupos sectarios que surgen aquí y allá una y otra vez, reproduciendo la misma historia de iluminaciones, revelaciones, mensajes, anuncios apocalípticos acerca del inminente fin del mundo, salvoconductos para el más allá, y liderazgos cuasidivinos en los que tantos creen ni más ni menos con los ojos cerrados, como debe ser.De los inocentes creyentes en los partidos políticos mejor ni hablar, sea porque algunos no son tan inocentes, y otros no son tan timadores, en lo que todos acaban coincidiendo es en la posibilidad de que el timo de éste, sea el personal beneficio del que dice creerle, hay inocentes muy astutos.armando.gon@univa.mx