Sábado, 30 de Noviembre 2024

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Happycracia

Por: Jonathan Lomelí

Happycracia

Happycracia

Por algún error imperdonable, hace poco me invitaron a una comida con líderes (no me precisaron líderes de qué). Lo descubrí cuando me vi rodeado por un grupo de coachings interpersonales.

Había coaching de Mindfulness, Inteligencia Emocional, Deportivo, Ontológico, Organizacional y un coaching Coercitivo o algo por el estilo. Pero el más funesto, en mi opinión, era el Coaching de Caminata sobre Brasas Ardiendo y Vidrios Molidos. Se los juro.

Entiendo que este último, por medio de la poderosa metáfora de una caminata sobre fuego, te ayuda a abrasar tus miedos y romper las barreras para lograr el éxito y la felicidad (personalmente encuentro más dichoso un bollito de mantequilla con café que el fuego y el vidrio pisoteado).

Esa tarde me divertí como enano. Me sentí maravillado y confundido como cuando Alicia se topó con el Sombrerero Loco al que le fascinaban las adivinanzas sin respuesta. ¿Cómo ser más feliz? ¿Cómo reinventarte a ti mismo? La felicidad en cuatro pasos. Hackea tu yo interno y encuentra la paz espiritual.

La mayoría acumulaba miles de seguidores en Instagram, Tiktok y Youtube, y se asumían como influencers positivos. ¿De dónde salieron estos especímenes? Una respuesta quizá está en este libro: “Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas” (Planeta, 2019).

A finales de la década de los 90, en Estados Unidos, hubo un boom de la llamada “psicología positiva”. Su padre fundador, Martin Seligman, plantea que la felicidad es el objetivo último del individuo y desarrolla un método pseudocientífico para alcanzar esa meta.

De ahí surge el mito de la reinvención personal que predican la literatura motivacional y el coaching. El súper hombre resiliente, automotivado, optimista, innovador e inteligente emocionalmente que practica el mindfulness para sintonizar consigo mismo y con los demás. Una variante de esta estirpe es el zombie del fitness que vive en el gym midiendo sus pasos, kilómetros, calorías y latidos por minuto para alcanzar un ansiado bienestar.

Esta narrativa de la superación personal sostiene que estamos aquí para ser felices, que no tenemos otra misión que la dicha. Happycracia critica justamente esa idea porque la convierte en un producto del mercado. La búsqueda de la felicidad ha creado a un coro de mercachifles y pornografía emocional de mercancías cuyo único objetivo es alimentar esa industria de la felicidad.

Esta visión, dicen los autores del libro, se basa en un feroz individualismo en donde lo colectivo pasa a segundo plano, pues sólo prevalece tu bienestar. Los valores neoliberales en su máxima expresión: sólo importan el individuo y el mercado.

Al mismo tiempo, el individuo pendiente de sí mismo, ansioso por ser mejor y corregir sus deficiencias psicológicas, sufre profundamente. En la película Magnolia (P.T Anderson, 1999), Tom Cruise encarna a un ardiente y exitoso coaching motivacional ante auditorios abarrotados, pero cuya vida personal es un campo minado de recuerdos y remordimientos infelices. Es decir, la búsqueda insaciable y obsesiva de la felicidad, paradójicamente, genera hipocondríacos emocionales más infelices.

Finalmente, si la felicidad y la infelicidad, el éxito y el fracaso, la riqueza y la pobreza, dependen sólo del esfuerzo personal y los actos del individuo, ¿qué responsabilidad tienen la estructura social y el régimen político? Decir que todo depende de uno legitima la desigualdad colectiva como una responsabilidad personal.

Dice mi amigo Erik que la clave de la felicidad está en no buscarla. Por su parte, mi amigo Héctor sostiene que cualquier idea parecida a la felicidad está en los pequeños o grandes actos creativos: escribir un libro, cocinar, cultivar un jardín.

No tengo nada personal contra el coaching. Cada quien forja su idea de felicidad. Mi único reclamo, si acaso, es el mismo que Alicia le hizo al Sombrerero Loco cuando le dijo: ¿para qué perder el tiempo en adivinanzas que no tienen solución?  

jonathan.lomelí@informador.com.mx

Jonathan Lomelí

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