Desde que Donald Trump, aún candidato, tuvo sus primeras expresiones insolentes y despectivas hacia México, completamente discordantes con respecto al tono respetuoso que en el ámbito oficial debe prevalecer en las relaciones internacionales, y particularmente desde que, invitado a México por el Presidente Peña Nieto -en la que se consideró una pifia monumental de sus colaboradores-, insistió en construir el muro fronterizo, que México pagaría, para poner el acento en su antipatía hacia el vecino del Sur, muchas voces se alzaron para exigir que Peña Nieto pusiera al bocazas en su lugar.Finalmente, la semana pasada, Peña Nieto lo hizo... Por supuesto, su mensaje no generó unanimidad en el aplauso. Hubo quienes consideraron que su reacción fue tardía: consecuencia de la decisión de “militarizar” la frontera con México, anunciada por Trump unos días antes. Hubo quienes le reprochan “tibieza” en esa reacción, y hubieran preferido algo más que “sólo palabras” por parte del Jefe de Estado mexicano… -II- Está demostrado: los jefes de Estado, como los “cueteros” y como las reinas -díganlo, si no, Doña Sofía y Doña Letizia…-, lo mismo cuando yerran que cuando aciertan, están condenados a la silbatina de la “vox populi” (que algún blasfemo identificó, para efecto de los proverbios, con la “vox Dei”).Podrá objetarse que el mensaje de Peña Nieto será estéril; que “hay maderas que no agarran el barniz”, y que el plumaje de Trump (con la venia de Salvador Díaz Mirón) “es de esos”; que al dedicar ese discurso a un personaje que parece ser la personalización misma de la prepotencia, Peña Nieto, como el que se afana en bañar puercos, “pierde el agua, pierde el jabón y pierde el tiempo”.Sin embargo, el que Trump no revirara al día siguiente, de bote-pronto, con uno de sus acostumbrados “tuits”, denota una de dos: o que acusó el impacto del mensaje, o que fue criteriosamente asesorado por sus colaboradores, en el sentido de que la parte medular del recado de Peña Nieto era una cátedra de la norma suprema de los actos de todo ser humano, pero principalmente de todo Jefe de Estado: el concepto central del célebre apotegma de Juárez: el respeto. -III- Por lo demás, de que se le reproche, desde ciertos sectores de la opinión pública, por haber hablado como lo hizo, a que se le reprochara por guardar silencio nuevamente ante tantas insolencias y desplantes, preferible, a todas luces, lo primero.Ya lo dijo otro poeta (Don Francisco de Quevedo): “No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?...”.