No es una buena idea cumplir años el Día del Amor y la Amistad. No solo por las confusiones que causa, sino porque el festejo tiende, con toda naturalidad, a lo cursi y lo fastuoso. Pero ni modo, Guadalajara cumple años el mismo día de la fiesta de San Valentín que, ya cristianizada, tiene unos mil años más que la ciudad, así que en todo caso culpemos a los fundadores de esta “Noble y leal ciudad” (La Minerva dixit) de no haber previsto la confusión.El aniversario sirve para salir de fiesta al Centro. También suele ser un momento de nostalgia, el momento propicio para sacar del cajón de los recuerdos, de los archivos fotográficos, las imágenes de la ciudad que fuimos y no volveremos a ver jamás, para decir, solo por decir, que todo pasado fue mejor, que la ciudad de un millón de habitantes en 1964 fue mejor que la de cinco millones de 2018. Otros, los que tienen una relación sadomasoquista con la ciudad, aprovecharán para quejarse de la metrópoli, para hablar de caos, de lo invivible que es hoy una Guadalajara que nunca dejarán. Los románticos seguirán pensando que como Guadalajara no hay dos, que Chivas es el mejor equipo del mundo, y que no hay nada que no se cure con un tequila y un mariachi. Pero, para lo que realmente sirve el aniversario de la ciudad, además de la verbena popular, es para pensarnos a nosotros mismos.Más allá de la relación personal que tengamos con la ciudad, Guadalajara está en un momento clave de su desarrollo. Asumirnos como metrópoli y abandonar la idea de rancho grande o de “ciudadzota” tiene implicaciones de las que nos debemos hacer cargo. La primera y más importante es construir nuestra nueva identidad. Sin dejar de lado todos los elementos culturales que han forjado la historia de esta región y que han hecho de nosotros lo que somos, hoy lo más importante es encontrar la nueva vocación económica, eso que nos definirá en el concierto mundial de una economía de ciudades. ¿qué hacemos mejor que ningún otro?; ¿en qué ramas de la economía podemos ser competitivos globalmente?; ¿con quién competimos en esas ramas?; ¿qué tenemos como riqueza, cultural o natural, que no tiene nadie más?; ¿quiénes somos?; ¿qué nos define?Dicho de otra manera, la gran tarea de una ciudad como la nuestra es cómo alcanzar lo que queremos, cómo transformar nuestra identidad, levando las anclas que nos atan al pasado, pero sin perder la riqueza de lo que fuimos y somos. La clave -se dice fácil, pero resulta complicadísimo de construir- es entender qué es lo estratégico (entendido simple y llanamente como aquello que aporta futuro) y pensar fuera de la caja de los sexenios y trienios, esa terrible limitante política que nos condena al enanismo.(diego.petersen@informador.com.mx)