Una precondición para que el ejercicio de los derechos humanos y la democracia sean por lo menos posibles, es la libertad de las mujeres y los hombres. Y una condición para que la libertad sea un bien accesible y permanente consiste en que aquellos a los que la libertad de los ciudadanos en democracia otorgó una posición de poder público, se atengan a las leyes, para que por sobre la libertad y los derechos humanos no prive la voluntad convenenciera de un grupo o de un solo sujeto.En México esto tiene relevancia porque parte de nuestra historia se cuenta a través de la biografía de personajes virreyes, autócratas o dictadores. Cuando la nación que se formó de la mezcla de españoles y los distintos pueblos originarios -sobre todo la cultural- se liberó del control político y económico de España para erigirse en república, brotó una de las anomalías originarias: un acomedido al que se le ocurrió que era mejor crear un imperio y que él era el indicado para inaugurar la estirpe: Agustín I, apellidado De Iturbide. Fue defenestrado y murió fusilado. Después, Antonio López De Santa Anna discurrió, luego de muchos años de gobernar, que había llegado el momento de nombrarse Dictador Vitalicio en calidad de Alteza Serenísima; puso la primera muestra a las autocracias que sucesivamente nos han distinguido. Murió empobrecido y en el olvido, quedó en la historia en la clase de los villanos. Luego, Porfirio Díaz, ejemplo político que en distintas modalidades varios han intentado seguir: un, dos, tres por mí y por todos mis amigos, la perinola siempre cae de nuestro lado: tomamos lo que haya. Murió en el destierro y yace en el imaginario popular como dictador. Años después, Plutarco Elías Calles armó el artilugio al que Mario Vargas Llosa bautizó como la dictadura perfecta, adornado con discursos y pendones revolucionarios, democráticos y justicieros; no fue sino una actualización de: un, dos, tres por mí y por todos mis amigos, le cae al que deje algo y bienvenidos los que quieran participar en la repartición, siempre y cuando no tengan reparos éticos. Su sucesor lo desterró un tiempo, aunque mantuvo el artilugio que funcionó el resto del siglo XX. Don Plutarco tiene una porción de villano, pero de nueva generación: aquellos a los que se les conceden algunos méritos, dos muestras, metió en cintura a los generalotes y creó el Banco de México (ambos hechos están unidos, los generalotes solían imprimir su dinero y hacerlo valer nomás por sus galones).Al despuntar el siglo XXI, la nación estaba -una parte de ella, es verdad- en un ensueño: creía que el retoñar de caudillos estaba superado y que a pesar de que la división de poderes, la contención de los autoritarios y la libertad y los derechos humanos y la democracia plena eran, en cierta medida, aún aspiracionales, el rumbo estaba trazado. En el ensueño parecía que el artefacto de la política de amigos y compadres estaba casi desmontado y la nación festejaba el blindaje con que cubrió al INE, brindaba por la independencia del Poder Judicial, aún alza el puño para defender al INAI, abraza al periodismo que padece continúa poniendo el pecho y anda en busca de la oposición perdida. Cuando de pronto, el jueves anterior, contra esquina del Zócalo de la capital…La Suprema Corte desechó el decreto con el que en 2021 el Presidente dictó reservar la información de sus obras más costosas y dispensarlas de trámites medioambientales porque, según él, son estratégicas para la seguridad nacional. El festejo por la independencia de los ministros se unió a los previos; duró sólo unas horas. Con otro decreto (eso le pasa a la nación cuando el Presidente decide habitar el Palacio Virreinal) López Obrador refrendó que la información de sus queridas obras, hechas con dinero público, debe quedar oculta, y lo hizo además con un gesto que equivale al del pistolero del oeste que se abre el saco para exhibir la Colt 44: el documento lo firmaron el Almirante secretario, el General secretario y su fidelísimo amigo de Gobernación. (Ya entrados en el símil vaquero: al terminaron de firmar el documento, López Obrador sopló al humeante cañón de su metafórica arma). Nada desconocido para la historia política de México: una transformación de mera propaganda que implosiona y devasta.El viernes pasado Gabriela Warkentin, en W Radio, entrevistó a la jurista, brillante y didáctica, Ana Laura Magaloni, que le dijo: “hay muchas cosas para saber si esto [el nuevo decreto] es un desacato o no; la Corte aún no acaba de debatir. Todavía no hace el desglose de la sentencia [ni establece sus efectos], el caso no está completamente concluido.” Pero, sigue Magaloni, “a lo que resolvió la Corte el Presidente acaba de decir: no. ¿Qué consecuencias tiene eso? A mí me parece que hay que irnos con cuidado, que hay que ser cautelosos con respecto a qué decimos y qué no decimos. Pero me parece que es una forma de debilitar a la Corte, de quitarle autoridad”.Volvamos al comienzo: una precondición para que el ejercicio de los derechos humanos y la democracia sean por lo menos posibles, es la libertad de los individuos. Entonces: qué decir, qué no decir de la actitud, una más, retadora del Presidente. Con todo y que la postura de Ana Laura es correcta, si desde uno de los tantos análisis posibles que el caso provoca se nos impone expresar algo aparentemente exagerado y no lo decimos ¿luego podría ser demasiado tarde? O, en términos coloquiales, instalado el maximato a plenitud ¿ya para qué lo decimos? Por lo pronto, no dejemos de tomar en cuenta la sensatez de la Dra. Magaloni y unámosla a la libertad que nos pertenece: no perdamos de vista al emperador-alteza-serenísima-tirano en ciernes, y seamos críticos respecto a la dictadura perfecta que se nos está formando a plena luz del día.agustino20@gmail.com