Los grafitis sobre las unidades nuevas de la Línea 3 del Tren Ligero causaron una oleada de indignación y enojo en la ciudad. Es comprensible, es el equivalente a rayar el coche nuevo, a chocarlo antes de sacarlo de la agencia.Nos puede gustar o no el grafiti y la discusión entre el derecho de los chavos a expresarse y del propietario de la barda grafiteada es eterna y se da en todos lados: no hay en el mundo una sola línea de metro o tren que no sea o haya sido grafiteada, principalmente las que no son subterráneas, pues dificultan su resguardo, o si se prefiere, facilitan el acceso a los vagones. Es, sin duda, uno de los inconvenientes de las líneas de superficie.La reacción de las autoridades ha sido inteligente y serena: se limpia el grafiti y ya está. La de los jóvenes grafiteros también: dieron la cara y no se avergüenzan de su trabajo, al contrario. Pero más vale que nos vayamos acostumbrando. Así como todas las columnas del viaducto ya están pintarrajeadas, en cuanto comience el tren a operar sucederá lo mismo con los vagones.¿El grafiti puede ser considerado arte? Sin duda, y si no pregunten por qué una obra del famoso grafitero británico Banksy se cotizó en un millón de dólares y cuando se autodestruyó ante los ojos del comprador inmediatamente subió de precio, aunque pintores como Fernando Botero se pongan furiosos y digan que eso no es arte sino una simple diversión. La mayoría de los grafitis no son ni pretenden ser arte, sino simple y llanamente marcas territoriales, formas de expresión de grupos juveniles, no necesariamente violentos, muchas veces usado como forma de protesta. La mayoría de los grafitis son solamente marcas tipográficas, algunas de gran calidad; otras horrorosas.El grafiti en los vagones de metro nació en Nueva York en los sesenta y tuvo su esplendor a mediados de los setenta cuando se hicieron las primeras intervenciones de vagón completo. Algunos de ellos fueron reconocidos como artistas callejeros, tuvieron nombre, obtuvieron el reconocimiento de los espacios y críticos de arte, como Keith Haring, en Estados Unidos, Blu, en Italia, Nuca, en Brasil. En los ochenta vino una gran batalla contra el grafiti y se pensó que había sido una moda pasajera. Nada de eso, nunca se fue del todo, y hoy está de regreso en todo el mundo como una forma de expresión de la inconformidad de los jóvenes.No se trata de que nos guste o no, sino de entender que detrás de esos rayones lo que hay es una lucha contra lo establecido, una búsqueda de llevar la libertad de expresión a sus formas más radicales, incluso más allá de las leyes y las normas. Entre más se combate es más subversivo, más radical y más libre.(diego.petersen@informador.com.mx)