Una pregunta: votarías por un candidato que… Propone reducir a 40 horas la jornada semanal, elevar el salario mínimo y subsidiar a los jóvenes. Que para recaudar más y costear sus programas sociales, impondrá un impuesto a los multimillonarios (1.5% de la población) y sus empresas, que fijará un gravamen a las herencias y reducirá el IVA bajo el lema: «Justicia tributaria es justicia social». Un candidato que, bajo la bandera de más Estado y menos privatización, promoverá la condonación universal de las deudas educativas, el transporte gratuito y ecológico, creará un nuevo sistema de pensiones y una Pensión Básica Universal junto con un Sistema de Salud Único. Que además impulsará reformas a favor de la eutanasia, la muerte asistida, la regulación de la mariguana y el aborto legal bajo el lema: «Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir». ¿Votarías por este candidato? Lo hicieron más de 4 millones de chilenos (56%) que eligieron al izquierdista Gabriel Boric como el próximo Presidente de Chile. Las etiquetas rimbombantes rodean su arribo al Palacio de La Moneda: un ex líder estudiantil apenas hace diez años desconocido. El Presidente más joven de la historia con 35 años. El más izquierdista de los Presidentes después de Salvador Allende. El vencedor del ultraderechista José Antonio Kast, símbolo del status quo. El primero en remontar a su rival en la segunda vuelta electoral. Una de sus frases, la noche de su triunfo, resume la visión de esta nueva cepa de jóvenes políticos chilenos: «Somos una generación que emerge a la vida pública demandando que los derechos sean derechos y no bienes de consumo, no negocio». ¿Exceso de idealismo? Aquí viene la dosis de realidad. Boric llega al poder con la casa incendiada. Su mandato se erige en medio de un profundo descontento social por la desigualdad en el país. Por ahora, el llamado «milagro chileno» envió una poderosa señal de alerta y viró a la izquierda, en vez de la ultraderecha. Muchos recordamos las protestas estudiantiles de 2019 por el alza al transporte (de los más caros del mundo) que derivaron en saqueos, incendios de autobuses, estaciones y edificios públicos. De nada valió el toque de queda y las disculpas de Sebastián Piñera mientras cenaba con insuperable frivolidad en un restaurante de lujo. Este malestar de la sociedad chilena puede transformarse en un factor positivo para el progreso y el cambio. Cuando la polarización política y el desencanto aumentan, simultáneamente, hay una búsqueda de alternativas. Gabriel Boric materializa esa búsqueda. Lo hará sin una mayoría en el congreso y con el impacto social y económico de la pandemia que puede recrudecer ese malestar. Su bienvenida, este lunes, incluyó la peor caída del peso chileno en una década y la caída de la bolsa. Su visión antineoliberal despierta nerviosismo en los mercados. Seamos realistas: el programa de gobierno de Boric difícilmente alcanzará todas sus metas. Su misión es más modesta y pasa por una realidad que enfrentan la mayoría de las democracias en América Latina, México incluido: gestionar y acrecentar el último stock de esperanza antes de un estallido social o de un giro sin retorno a la ultraderecha.