Salvo la donación de su cabellera a favor de los niños con cáncer, Pablo Lemus no se ha despeinado durante su gestión.Aquel alcalde zapopano, ejecutivo y ansioso de brillar con acciones, dio paso a un alcalde tapatío en permanente campaña, cauto políticamente, poco arriesgado para no dañar su imagen y asegurar su elegibilidad como futuro gobernador. Alcalde, sí, pero también un disciplinado administrador de su ventaja electoral.Ningún tema polémico. Ninguna acción de gobierno que incomode o marque un antes y un después. Incluso dejó de ser la voz sensata que le ponía un espejo enfrente al gobernador. ¿Se subordinó a la rígida línea de Casa Jalisco a cambio de una candidatura? El reflejo de su gobierno se observa en sus redes. Tres imágenes definen su estrategia: el alcalde ejecutivo que atiende el incendio en San Juan de Dios; el alcalde sensible que dona su cabello a niños con cáncer y el chavorruco reventado en el concierto del TRI. Este último es nuevo: sale cada mañana y desayuna con el barrio, la fonda de la esquina y le entrega su licencia a un taquero. Pese a su buena imagen, a Lemus electoralmente le falta barrio, por eso la estrategia.Mientras tanto, ¿cuál es su programa para Guadalajara? Si preguntamos al tapatío promedio lo que distingue a Lemus, ¿qué respondería?Las calles con baches, sin balizar, y el problema de la basura en suspenso, abordado sin determinación. En seguridad navega de muertito con el discurso triunfalista del Estado; con más patrullas, sí, pero una millonaria licitación polémica y muchos pendientes: las redes de Policía de Paz, el reforzamiento de la videovigilancia, el esquema de comunicación directa con vecinos.Su plan de reintegrar socialmente a los indigentes quedará sólo en eso: una promesa. El universo ronda los mil 200 en toda la ciudad (en el sistema municipal de indicadores, la meta, sin actualizar, marca un 20% de avance a marzo de este año). En finanzas, el rebote de la nómina que prometió disminuir. La movilidad, sin arrancar.Pasamos de un Lemus de capacidad probadamente ejecutiva, a uno más inercial que disruptivo, más sonrisita franca y ánimo festivo (¡Ánimo, Guadalajara!) que acciones para conquistar.¿Votaron los tapatíos por el candidato del status quo? ¿O por un candidato que comprende de forma realista los problemas de la ciudad y los enfrenta? ¿Bajo qué lógica, este Pablo, entonces, sería mejor gobernador que alcalde? Porque a eso aspiramos, ¿cierto?En campaña, Lemus comentó alguna vez que la diferencia entre Zapopan y Guadalajara era que en la capital, en vez de apapachos, los tapatíos lo recibían con reclamos y demandas concretas. No es lo mismo Tlajomulco y Zapopan que Guadalajara. La Perla Tapatía siempre pone a prueba la capacidad ejecutiva del alcalde en turno. Por eso, usada como trampolín a la gubernatura, los últimos alcaldes han apostado a las relaciones públicas más que a la gestión política.Fofo, según la RAE, significa: esponjoso, blando y de poca consistencia. No ayuda en nada inflar pre-pre candidatos con encuestas prematuras cuando ni siquiera han ratificado su capacidad para gobernar en tiempos complejos.En estricto sentido, a Lemus se le acaba el tiempo. Quedan un año y diez meses para la elección del 2024, menos los meses que deberá pedir licencia. Está a la mitad del camino.Por eso hay que exigir más, elevar la vara, comenzar a auditar con lupa al Lemus alcalde y al Lemus candidato. Le hacemos y nos hacemos un favor. Que para gobernar Jalisco se necesite más que un tiktok, franqueza jovial de chavorruco o buenas relaciones públicas y publicidad en redes sociales.