Jueves, 21 de Noviembre 2024

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"Flor de juegos antiguos", el pasado y la nostalgia

Por: Iván González Vega

"Flor de juegos antiguos", el pasado y la nostalgia

De muchas maneras el teatro nos puede ayudar a pensar el pasado, y una de ellas es la pura recreación, que no niega su filtro: recreamos aquello que recordamos, aunque hayamos olvidado mucho más. Lo sensacional es que la recreación tenga sentido para otras personas.

En “Flor de juegos antiguos”, el director Eduardo Villalpando ofrece una dramaturgia propia para recuperar varias postales del pasado, en particular relativas a una infancia que, según parece, poco a poco será reemplazada: la de los juegos infantiles “tradicionales”. El montaje de actores y títeres, que presenta en el Teatro Vivian Blumenthal todos los domingos de marzo (13:00 horas), cuenta las historias de un grupo de niños que vivieron una Guadalajara en la que Zapopan quedaba lejos, uno jugaba a las canicas y salía a la calle a hacer amigos cantando “A la víbora de la mar” y “Estaba la pájara pinta”.

El espectáculo de Villalpando y compañía cumple con un primer objetivo: contar anécdotas divertidas que motiven al recuerdo, y en ese sentido es propio tanto para adultos como para niños. Los actores son adultos que animan títeres e interpretan a personajes secundarios: la tía ya grande que para todo contesta con un “hey” bien tapatío o el padre del templo que regañaba a los chiquillos por treparse a las torres de la iglesia. Todas las historias conmueven y logran la risa del público, y “Flor de juegos antiguos” resulta recomendable para un mediodía familiar en el teatro.

Otra cosa que ofrece el montaje es un curioso recorrido por una Guadalajara “de antes”. Los personajes de “Flor de juegos antiguos” hablan de pueblos remotos que para nosotros son estaciones del tren ligero: el barrio del Santuario está muy lejos de Mexicaltzingo o de Atemajac, y el camión que va a Zapopan pasa por La Fábrica. Algunos niños de la obra viven en paisajes rurales que hoy son colonias adentro del Periférico.

Una vecina zapopana manda cortar mazorcas para ofrecerle botana a los invitados. Mientras, los actores juegan al yoyo o al trompo, a “brincar al burro”, a volar “papelotes” o a tirar panales con resorteras. Aun con los problemas de acústica (cuando algunos actores trabajan tras la escenografía, y en conjunto con la música, ciertas voces se pierden), todo el público entiende qué está pasando en escena.

La nostalgia puede ser un territorio conservador hasta el exceso: muchos que recuerdan sus diversiones de infancia solo saben deplorar que hoy los niños se vuelquen a los celulares, como si fuera malo en esencia (“¡es que antes sí salíamos a la calle!”, protestará alguien que quizá no merezca más que un “ok, boomer”). Cada quien es libre de opinar que la única infancia legítima fue la suya. “Flor de juegos antiguos”, por fortuna, ni juzga ni proscribe: simplemente recuerda, y ayuda a mantener viva una memoria que ahora mismo compartimos muchos tapatíos.

Quizá asistamos al día en que esas escenas desaparezcan y queden conservadas solo en documentales y fotografías; por lo pronto, al verlas en escena, sonreímos con el recuerdo.

ivangonzalezvega@gmail.com
 

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