El filósofo y diplomático francés, J.A. Gobineau, dijo en algún momento “no descendemos del mono, pero rápidamente nos aproximamos a él”. Tenía razón, sólo que debieron pasar más de cien años antes de que su predicción se completara.Aproximarnos al mono no significa perder la inteligencia, ya que los simios la tienen, sino dejar de emplearla de manera dialogal. Ciertamente nada ha enriquecido ni entorpecido tanto a la humanidad como el debate de las ideas, ejercicio que nos ha acompañado seguramente desde que los seres humanos aprendieron a discutir con razones. En este extenso periodo de historia cultural el debate de las ideas ha supuesto en primer lugar, tenerlas, en segundo sitio, poder sustentarlas con muchas otras ideas más, y desde luego, saber presentarlas en un plano estrictamente intelectual, es decir, dejando de lado las emociones, los afanes del “ego”, y el recurso a la violencia, física o verbal, que como dijera otro pensador francés, Talleyrand, es la salida de los tontos.Cuando una generación completa pierde esta capacidad de debatir o lo hace a niveles ínfimos, lo que está en riesgo no es una generación, sino una civilización. Pero ¿a qué obedece esta pérdida? Tal vez al hecho de que los jóvenes muy pronto se percatan de que su conocimiento es muy superficial y fraccionario, que sus oponentes mayores les pueden abatir ya desde el uso mismo que hacen del lenguaje impreciso e incorrecto, advierten que los grandes debates no son unicelulares, sino que se han de asentar en bases multidisciplinares. Si a esto se añade la posibilidad de poseer una personalidad carencial o, por otra parte, agresiva, es lógico que los jóvenes acaben encastillados en una postura cerrada: así pienso, así lo creo, y así lo digo, única y exclusivamente “porque sí”. Fin del debate.Afortunadamente la ciencia nos ha ahorrado innumerables debates, sobre todo cuando la propia ciencia ha dejado su anterior petulancia y ha aprendido a presentar sus conclusiones de manera provisional. El asunto es que no todo en la vida se puede resolver de manera “científica”, así sea provisionalmente, particularmente cuando entramos al terreno social, y desde ahí, al inmenso campo de la política, de las costumbres o de las relaciones interpersonales. Es en esos espacios donde el debate sigue siendo necesario, y es entonces que nos damos cuenta de lo perdidos que andamos a la hora de pretenderlo.De esta “perdición” los mexicanos somos hoy actores y testigos, de pronto se impuso en todas partes el imperio del monólogo, lejos de construir una comunidad que se integra por medio del concurso de las ideas, hemos afianzado un archipiélago de aferramientos individualistas, desde el cual todo mundo se descalifica, y cada parte de todo mundo se enclaustra en su propia versión de lo que sea: pandemia natural, pandemia artificial, vacunas preventivas, vacunas criminales, cuarta transformación, contra cuarta transformación, derechos de todos, anti derechos, increíbles resultados de gobierno, ausencia total de resultados.La capacidad de debatir supone la capacidad de pensar y de dialogar, exige la honestidad del que busca sinceramente lo mejor para el mayor número de personas en cualquier campo, exige renunciar al personalismo, a la sola búsqueda del propio interés, exige la inteligencia de aceptar cuando uno se equivoca y reconocer cuando el oponente acierta.armando.gon@univa.mx