Pequeño recuento de maravillas: Tatiana, la hija del prócer panista Manuel Clouthier, el mismo que le dio al PAN vocación de poder, es ahora la coordinadora de campaña de Andrés Manuel López Obrador en Morena. Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo del candidato del PRI que fuera asesinado en plena campaña y que da el nombre a la mitad de los auditorios de las sedes priistas (la otra mitad de llaman Plutarco Elías Calles), será candidato a diputado, pero por MC, el partido que fundó Dante Delgado, un gobernador que rompió con el PRI en el sexenio de Zedillo. Lo acompañará en esta aventura Agustín Basave Alanís, hijo del político del mismo nombre que fuera diputado por el PRI y luego presidente del PRD. El PAN hizo alianza con el PRD, el partido con el que pelea en las calles los temas de ampliación de libertades. Morena, a donde se fue la izquierda inconforme del PRD, se juntó con el Partido Encuentro Social, el más conservador de todos. El PRI se alió con el partido de la Maestra Gordillo, la misma a la que el régimen de Peña Nieto metió a la cárcel por enriquecimiento ilícito. Si usted no entiende nada, no se preocupe, no es un problema de entendimiento sino del cristal con que miramos la política. Cuando comenzamos a hablar del fin de las ideologías y el pragmatismo, pensamos que era una cuestión teórica y nos costaba imaginarlo en la práctica. Pues bien, ahí está, el pragmatismo en todo su esplendor, hemos llegado a donde sabíamos, pero no queríamos creer, que íbamos a llegar. La pregunta que sigue entonces es ¿para qué queremos partidos? Esto es, durante años, siglos, la democracia liberal se basó en que la competencia por el poder se diera a través de partidos que representaban las diferentes opciones ideológicas, y por lo mismo los diferentes proyectos de país. En México los partidos sirvieron incluso para evitar la violencia como forma de acceso al poder; la Loppe de 1977 fue el vehículo para canalizar de manera institucional las diferencias ideológicas. Hoy no sólo es imposible distinguir ideológicamente a un partido de otro, sino que han perdido toda representación social. No es un fenómeno exclusivo de nuestro país, los partidos están dejando de ser el vehículo de participación social y diferenciación ideológica en todo el mundo. Lo vimos claramente en las elecciones recientes en España y Francia, e incluso en Estados Unidos, donde Trump fue un candidato por el partido Republicano, pero totalmente al margen del partido. Si los partidos ya no nos representan, ¿tenemos que seguir manteniéndolos? Ese es un asunto que se plantea una y otra vez de diferentes maneras, pero el problema de fondo no es el dinero sino si existen otras formas de organizar la vida pública y la democracia sin partidos.