Hay fechas que imponen la temática para quienes intentamos compartir con nuestros lectores algunas ideas que resulten, no solo de su agrado, sino también útiles en la cotidianeidad de la vida. Es el caso. El 14 de febrero debe ser una fecha significativa para nosotros. Se cumple un aniversario más de nuestra casa común, por lo tanto, es oportuno echar un ojito hacia atrás para reconocer el camino andado. En esa visión retrospectiva, encontraremos puntos de referencia que nos ayuden a entender quiénes somos los jaliscienses y los tapatíos: ahí está la clave de nuestros éxitos y también de nuestros fracasos. Es, además, por feliz coincidencia, día del amor y de la amistad.En un libro que está de moda, titulado Este dolor no es mío, el autor Mark Wolynn trata de explicar el origen de muchos de nuestros conflictos personales y colectivos.Al margen de la coincidencia, o no, con sus planteamientos, resulta por demás interesante encontrar en las relaciones de familia o en eventos traumáticos de la historia propia o de nuestra comunidad, la pista para desentrañar nuestros comportamientos. Podrá argumentarse que nosotros nada tenemos que ver con los primeros habitantes que arribaron a este solar a mediados del siglo XVI. Falso. Nuestro ADN colectivo, enriquecido por la llegada de múltiples inmigrantes, es la matriz de la que provenimos.El nacimiento de una ciudad debe ser un acto de amor. Se congregan los futuros vecinos y asumen el compromiso de ayuda mutua para vivir en comunidad. Curiosamente, no es el caso de Guadalajara que, por la disputa entre el terrible Nuño de Guzmán y Don Hernando Cortés, tuvo que peregrinar algunos años hasta encontrar su asiento definitivo en este Valle de Atemajac. La fundación de nuestra ciudad no obedeció a un acto de amor o de esperanza, pues los conquistadores no eran hermanas de la caridad, sino aventureros impulsados por la codicia. No se trataba de construir un mundo nuevo; lo que se pretendía era aprovechar las ventajas que ofrecía el desorden creado por la guerra para enriquecerse. Desde entonces, no hemos sido capaces de racionalizar nuestro pasado y la enorme red de intereses que nos obliga a vivir juntos y a actuar en consecuencia.Hoy, envueltos en la vorágine de los egoísmos, parece que solo existe como razón única el “éxito” y que este se manifiesta en la capacidad de poseer e influir para acumular poder o dinero; las enseñanzas de los predicadores de la paz, la armonía, el equilibrio y el amor pierden vigencia. El nihilismo nos atrapa y desestimamos el valor que estos conceptos tienen en nuestras vidas. Nos estamos vaciando. El rey va desnudo.A propósito de la fecha, vale la pena pensar qué es el amor: ¿instinto, conciencia o costumbre? ¿Sentimiento puro o coincidencia de propósitos? ¿Placer o sentido de trascendencia? ¿Puede el amor sobrevivir al tiempo y a la distancia? Preguntas hay muchas, la realidad es una: nosotros y la ciudad nos vamos desamorando, deshumanizando.