Lunes, 25 de Noviembre 2024

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Estar con y para el otro

Por: Argelia García F.

Estar con y para el otro

Estar con y para el otro

Hace muchos años me topé con un indígena tzotzil en la sierra alta chiapaneca que había dado la vuelta al mundo hablando de la organización comunal de “Las abejas”, curiosamente había estado en una de las ciudades donde dejé parte de mi corazón -Florencia, Italia- ante un grupo grande hablando sobre la resistencia de los pueblos indígenas y lo que esta implica en un país como México. Me sorprendió -según yo para bien- que habíamos compartido algún foro ahí y que había podido degustar las maravillas de la localidad como yo lo había hecho. En tres patadas me puso en mi lugar de jovencita blanca desubicada, con el mismo derecho y con la misma frente en alto que como lo encontré en su casa sin piso firme, de techo de lámina, de estufa de leña. En tres patadas aprendí para siempre el concepto de dignidad. Nunca habría llegado hasta allá sino hubiera sido por la familia jesuita que me ha acompañado en los mejores momentos de mi vida y en los peores también. Los jesuitas y el entramado familiar que me formaron me enseñaron de eso, de dignidad, de igualdad y de equidad, de la presencia real en la vida del otro, me enseñaron que estamos llenos de razón pero que la verdad se construye en comunidad. Que el único pecado al que uno debería tenerle terror es el de no ver al otro, al de junto, al favorecido y por supuesto también al desfavorecido.

Yo no soy religiosa, no voy a misa y si ya me cuesta la vida pedir ayuda, mucho menos me veo pidiéndole un favor a dios, un dios que no conozco, y que ante un país que se desmorona como este me cuesta mucho trabajo pensar que existe en el sentido en el que a muchos se los enseñaron. Me detengo a pensar si acaso hablara con él qué le diría: le diría Dios, no he podido dormir bien porque el asesinato del Gallo y de Morita me tiene con espanto. Le he dado mil vueltas en mi imaginación a la escena que vivieron ellos y cientos de miles de mexicanos ya y me parece brutal, desolador. Le preguntaría, Dios, cuál es el límite que este país debería de pasar para poner un alto a la violencia rampante que gobierna a todo México. Dios esta gente (El Gallo y Morita), que son hermanos de mis hermanos, no daban la vida por el otro, la hicieron con el otro, con los desfavorecidos, con los qué hay que aprender -y es urgente- de resistencia, de dignidad, de comunidad y de cultura de paz. Dios, tu sabes que yo no te pido nada pero me gustaría saber cómo criar a mi hija en un país donde no hay garantías, donde parece que todo está perdido. Dios, será que el único camino entonces sea rendirse…

En México vivimos como en un estado de guerra ahí escondido bajo un tul de normalidad, de aquí no pasa nada y hay que salir a “chambear” también hoy, vamos constantemente cuidándonos las espaldas, las pertenencias, esperando que lleguen con bien los nuestros, “festejando” el robo de lo material mientras la integridad del otro esté a salvo. Vivimos buscando cuerpos y encontrando pedazos de historia y de dolor. Vivimos con susto aunque pronto se pase con un pan y sobre todo vivimos hermanándonos con la violencia. En un país donde el sueño americano de antaño se resquebraja al obtener recursos económicos de mucho más fácil forma, el camino que están escogiendo miles de jóvenes es no cruzar la frontera sino enfilarse en la organización criminal de la localidad. No tengo idea de qué sea lo que le depara a nuestro país, pero me queda claro que a los distintos niveles de gobierno tampoco.

Denunciar la violencia y la injusticia sin temor es algo que los jesuitas me enseñaron. Que la vida y la muerte nos iguala, que no hay alguna que sea más importante pero que exigiendo juntos la voz es tanto más poderosa. Desde la formación educativa de la Compañía de Jesús hace muchos años que se estudia y revisa, se reflexiona y se denuncia de manera firme y contundente lo que sucede en México. Quizá, ciertamente el camino más corto sea aquel de estar con y para el otro. Qué ejercicio, pues, tan enriquecedor y lleno de esperanza.

Con profundo pesar y un inmenso agradecimiento, abrazo a toda la comunidad jesuita del país.

argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina
 

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