Jueves, 27 de Junio 2024

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Esas sonrisas deslumbrantes bajo las máscaras

Por: Rosa Montero

Esas sonrisas deslumbrantes bajo las máscaras

Esas sonrisas deslumbrantes bajo las máscaras

Dado que la mente humana se inventa buena parte de la realidad, ¿por qué no intentamos inventar algo bonito?

Una amiga se quejaba el otro día de que no sólo estaba echando muchísimo de menos los abrazos, como todo el mundo, sino que se había dado cuenta de que además añoraba terriblemente las sonrisas, esto es, esa pequeña caricia visual que una intercambia con los extraños al ceder el paso en una puerta, recibir el cambio en la frutería o agradecer al automovilista que se haya detenido para que tú cruces. Somos animales sociales y esos mínimos gestos de cortesía son ritos ancestrales, señales apaciguadoras que estoy segura de que calman nuestra ansiedad y equilibran nuestro nivel de alerta. Pero ahora, claro, es imposible ver nada bajo las mascarillas, las cuales, dicho sea de paso, considero totalmente necesarias. Así que esto no es una crítica a su utilización, sino un reconocimiento de las dificultades por las que atravesamos. Sí, mi amiga tiene razón: también nos hemos quedado sin sonrisas.

Pero nos las podemos imaginar. Es más, podemos inventar las sonrisas más bellas. Sé desde hace mucho que el cerebro es un afanoso tejedor de realidades, por eso no me extrañó leer hace poco en EL PAÍS un curioso reportaje de Miguel Ángel Bargueño. Por lo visto, llevar mascarilla nos hace parecer más bellos a los ojos de los demás; esto es, como tenemos que inventarnos el resto de la cara que no vemos, el avispado de nuestro cerebro prefiere imaginárselo tirando más hacia la hermosura que hacia la insipidez. Según las leyes de la escuela psicológica de la Gestalt, cuando completamos mentalmente un rostro le otorgamos automáticamente la mejor forma posible, sigue diciendo Bargueño. Y añade que la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos) acaba de hacer una investigación sobre el efecto de las mascarillas en la percepción de 500 sujetos, y los resultados demuestran que los rostros tapados son juzgados más atractivos que los descubiertos. Hubo una cara que llegó a ser considerada un 71% más bella con la mascarilla. Ojos que no ven, imaginación que nos alegra la vida.

EL PAÍS menciona de pasada que esto se debe a la terminación amodal, un fenómeno neurológico que siempre me ha fascinado y que nace de la necesidad perentoria de nuestra materia gris de darle continuidad, coherencia y significado a lo que vemos. Este truco de magia del cerebro fue una buena herramienta evolutiva; nos servía, por ejemplo, para reconocer a un tigre entero del que sólo veíamos pedacitos a través de la maleza. También es origen de una multitud de juegos ópticos: recomiendo googlear “completado amodal” y ver las figuras que hay en Internet, son muy interesantes. Pero lo más vertiginoso de todo esto es ser consciente de hasta qué punto aquello que consideramos que es la realidad, esa materia pura y dura que nos rodea y a la que suponemos una existencia autónoma e indiscutible, puede tratarse sin embargo de un espejismo, porque nuestras neuronas no paran de zurcir los agujeros del mundo. Empezando por el punto ciego que tenemos en el centro del ojo; allí donde se inserta el nervio óptico en la retina, el ojo no ve nada. Pero no somos conscientes de ese lunar de ceguera porque el cerebro rellena lo que no ve. Aún más alucinante es el glaucoma, esa enfermedad que te hace perder la visión periférica de modo progresivo hasta encerrar tu mirada en un tubo, y que suele pasar inadvertida porque la mente reconstruye imaginariamente el paisaje a medida que se pierde; hasta que un día la merma de visión es ya tan grande que el enfermo va a doblar una esquina y, para su desconcierto, se da de bruces contra la pared, porque la esquina no es más que una ilusión. El mundo es una creación de nuestro cerebro.

A todo esto añadámosle ahora el atractivo sexual y lo mucho que desbarra y magnifica los amores nuestro corazón loco, y tendríamos la excusa perfecta para mirar a todos los enmascarados con los que nos cruzamos cada día como si fueran los hombres y las mujeres más adorables de la Tierra.

Es decir: dado que la mente humana se inventa buena parte de la realidad, ¿por qué no intentamos inventar algo bonito, grandes sonrisas deslumbrantes y espíritus afines bajo las máscaras, en vez de esta venenosa acritud que nos está pudriendo?

©ROSA MONTERO/ EDICIONES EL PAÍS S.L 2020.
 

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