Indignante es quizá la palabra que mejor describe las expresiones de Donald Trump con respecto a la migración. No se refirió sólo a naciones, sino a las personas que buscan encontrar un nuevo destino, precisamente en un país formado por inmigrantes. Las expresiones escatológicas definen a quien las usa; son una síntesis bárbara. Seguramente Alessando Baricco el célebre autor italiano, quién publicó su obra Los Bárbaros allá por el año 2006 nunca imaginó que aquella invasión que él veía llegara a ser personificada tan magistralmente.Aquel vacío referido al consumo del vino y el futbol, ahora se expresa con vulgar desenfado en la Casa Blanca. El alma se pierde cuando se dirige hacia una comercialización en auge, decía Baricco, y al ver la actuación denostativa de la Casa Blanca bien pude decirse que poco a poco se va perdiendo alma en el desempeño del liderazgo global de nuestros vecinos. Y entonces surge la pregunta: ¿cómo hablar con alguien que por su actuación reconoce no tener alma, que está cada vez más vacío. Y que cubre la ausencia de aprecio por la virtud con la expresión escandalosa y el lujo como forma de actuación? Según las narraciones homéricas los bárbaros, eran aquellos que no tenían normas, que no eran civilizados, no hablaban el idioma de la cultura, lo que ahora aplica al caso.Parece haber ahora en Washington un nuevo lenguaje en lo público, que intenta alejarse de lo políticamente correcto, para llegar a la crudeza vulgar del culto al lujo de la mano de la estridencia. No es ocioso ahora recordar la palabras de George Stainer que al reflexionar sobre la riqueza encuentra la dicotomía entre el olor a muerte del dinero, por una parte, y la riqueza como producto de la virtud por el otro.Ese fruto del esfuerzo honesto, que se adereza con caridad y que al mostrar el bienestar se convierte en la medida del mérito personal, tan propio de las comunidades protestantes, que suponen ser bendecidas por la divinidad. Ésta es la riqueza idealizada en el famoso sueño americano, que tiene una base económica soportada en el trabajo. Sin embargo la otra riqueza que no es producto del esfuerzo personal sino de la astucia, es la que huele siempre mal. Aquella que crea un valor que no tiene sustento material, el valor de la especulación financiera.Esta riqueza es ostensiblemente distinta y está íntimamente ligada al poder público, porque es el Estado el que regula las actividades financieras, bancarias y especulativas que han cambiado el perfil de ciudades y naciones. Es la riqueza de los bárbaros. De los astutos agentes financieros, del negocio del entretenimiento y del obscuro mundo del internet profundo con sus monedas virtuales. Esta riqueza de los bárbaros es cada vez más el ideal difundido en las pantallas, contra la idea del valor del trabajo honesto y puntual. El culto a la astucia gana la partida a la enseñanza del aprecio al esfuerzo. Ese modelo parece haber llegado a Washington. Y llama la atención que lo hizo supuestamente para drenar un pantano.El imperio bárbaro de las cosas, los números, la astucia, las cuentas y los millonarios roba el alma en los espacios en donde prevalece el respeto a la dignidad de la persona. Líderes religiosos que parecen vendedores aparecen la televisión, las universidades se rinden ante el culto a la cosificación y dejan de lado la reflexión filosófica, el arte se convierte en mercancía, y ahora la cosa pública está incluida por el imperio de la técnica para ganar simpatía y votos por medio de instrumentos de comunicación, que poco tienen que ver con cualquier virtud, o incluso algunos que carecen de escrúpulo alguno.Cuando el ejercicio del poder se simplifica en el dinero y se hace de la ofensa un mecanismo oficial para comunicarse, podemos decir que los bárbaros que quieren imponer el vacío, han tomado el poder. Vemos con preocupación y tristeza que cada día los bárbaros siembran cada vez más razones, sentimientos y símbolos que dividen y generan rencor en la sociedad norteamericana y también en la nuestra. Con esos bárbaros hay que lidiar, en los años por venir. Habrá que sostener con firmeza una posición digna que nos distinga de esta ola que esperemos que pase a la historia como un capítulo encerrado en una fosa séptica, que pueda luego regenerarse en suelo fértil.