Lunes, 25 de Noviembre 2024

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En la FIL, pensémoslos pensando

Por: José Luis Cuellar de Dios

En la FIL, pensémoslos pensando

En la FIL, pensémoslos pensando

Los espartanos de la Antigua Grecia, arrojaban desde el monte Taigeto a las personas con discapacidad pues no querían que en su “bella y floreciente” civilización existieran personas diferentes. Aristóteles trato de interpretar algunas desviaciones. Diógenes, Hipócrates y Galeno estudiaron la epilepsia y la demencia, mas no los diferentes tipos de discapacidad. 

Retrocediendo en el tiempo, en las culturas primitivas se abandonaban y dejaban morir a los niños deformes o discapacitados. En algunas sociedades de la antigüedad simplemente los mataban. Grecia, con su culto a la belleza, o los expulsaban de las ciudades o los exterminaban. En Asia los abandonaban en el desierto o en los bosques. En la India los abandonaban en la selva, al igual que en Egipto. Durante largo tiempo los hombres creían que los defectos físicos y mentales eran la marca del pecado.

Fue con el advenimiento del cristianismo que se inició un verdadero movimiento de asistencia y consideración

Fue con al advenimiento del cristianismo que se inició un verdadero movimiento de asistencia y consideración hacia las personas con discapacidad. A pesar de tanto lastre ideológico, la historia registra casos de compasión y humanitarismo, independiente a las ideas que se tenían en cada etapa de la historia, hubo casos como el de Malasia donde los consideraban sabios, los mayas los respetaban y los querían y para los nórdicos eran verdaderos dioses.

Con los romanos, a partir de la ley de Las Doce Tablas (540 A. C.) se le concede al padre todos los derechos sobre los hijos, muerte incluida. (Hasta aquí, información obtenida de Cátedra Iberoamericana).

Este breve recorrido histórico respecto al horroroso trato dado a las personas con discapacidad nos permite conocer el desolado y sangriento destino que ha padecido este colectivo, motivo más que suficiente que nos debería mover a sopesar la enorme deuda humanitaria y de justicia que se tiene con ellos. Imaginar el trágico e injusto destino de cientos de miles de seres humanos que ajenos a su voluntad nacieron con algún tipo de discapacidad, provoca, por decir lo menos conmoción, pavor y vergüenza. Mas lamentable es que aun en pleno siglo XXI y tomando en cuenta los avances científicos y tecnológicos que se han alcanzado, miles de ellos estén en espera de atención y cuidado; se avanza, si, pero tan lentamente que la tortuga alcanzara a la liebre.

Cada año, con motivo de la celebración de la FIL, se reúne cualquier cantidad de mentes lucidas, talentos y conocimientos que escudriñan el campo de la filosofía, de las humanidades, de la historia, del comportamiento de las sociedades, de los sistemas políticos, de las creencias religiosas, de la ciencia y la tecnología, ante tal riqueza intelectual no dejamos de lamentar el poco interés que se le dedica al tema de la discapacidad, tema que al ser abordado por tantos y diversos talentos arrojaría luz sobre la oscuridad en la que viven. Ya lo afirma el filosofo francés Louis Lavelle: “el mayor bien que hacemos a los demás hombres no es comunicarles nuestra riqueza, sino descubrirles la suya”. 

Me resisto a creer que Martita, mi hija, nació con discapacidad intelectual porque no tuvo la “suerte” de llegar protegida por la generosa sombra de su majestad la casualidad. La cercanía con su naturaleza, ajena a la venganza, al resentimiento, a la crueldad, me conduce a un estado de catarsis y redención, además, creo que el anhelo máximo del género humano, que es igualdad en todos sentidos, está más cerca de ser alcanzado por las P. con D.
 

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