El príncipe Otto von Bismarck declaró en 1890 que la democracia era un “régimen muy elevado” que requería de hombres visionarios y audaces, y que ponerlo en manos de “hombres ignorantes” era una locura peligrosa. Escéptico ante la posibilidad de reunir tales cuadros, por eso defendió la monarquía como la mejor forma de Gobierno.En 1897, el escritor noruego Ibsen describió así un círculo vicioso: “Un hombre bebe para consolarse por lo miserable de su situación, por la escasez de su salario. Permanece en una situación de miseria y a la vez no consigue mejorar su situación económica porque bebe”. Pocos años antes de desatar la Segunda Guerra Mundial, Hitler tenía claro el motor de su belicismo: “Si despierta el espíritu nacional”, dijo, “no importa cuántos kilómetros cuadrados ocupe el enemigo”. Esta frase de Mussolini resume su inteligencia implacable: “Somos fuertes porque no tenemos amigos”. Stalin en 1934 advirtió: “Están preservando un sistema económico que les llevará inevitablemente, como no puede ser de otro modo, a la anarquía productiva”. Marilyn Monroe, atrapada en un cliché de rubia despampanante, en 1960 reflexionó: “En la actualidad vivimos demasiado acelerados. Por eso la gente se siente nerviosa e insatisfecha con su vida como consigo misma. ¿Cómo va uno a hacer nada perfecto en semejantes condiciones? La perfección requiere tiempo”. Y finalmente este juicio moral de Al Capone en 1931 tiene una vigencia sorprendente: “Hasta que me metí en este negocio nunca imaginé cuántos sinvergüenzas vestidos con trajes caros y hablando con acento amanerado iba a encontrarme”. Hago notar que en todas estas citas usé verbos como “dijo”, “expresó” y “declaró”. La razón es porque surgieron de entrevistas periodísticas realizadas a estos personajes de la más variada estirpe: un príncipe, un escritor, tres dictadores, una estrella de cine y un criminal. La entrevista como género periodístico es relativamente joven. La primera de que se tiene registro se publicó en The New York Herald en 1859 a un líder mormón. Desde entonces, ha tenido sus detractores que la han considerado una forma de depravación y torcimiento de la realidad. Otros la han celebrado como un sensible detector de mentiras que pone al descubierto la falsedad y el embuste. A mí me gusta pensarla como un método de conocimiento y descubrimiento de un personaje. Y no me interesa tanto lo que dice un personaje como saber lo que piensa. Siempre he imaginado la realidad como una variedad de historias sin contar y relatos incesantes, pero ocultos o velados a nuestros ojos. Como periodista, uno intenta capturar esa “historia de lo inmediato” a partir de los géneros disponibles. La entrevista, en este caso, sería la oportunidad de hablar con el personaje de una historia. Muchas veces ese personaje queda oculto en imposturas y evasivas, pero a veces, con paciencia, preparación y suerte, se muestra en verdad. Entonces ocurre el descubrimiento sólo unos instantes. La entrevista también es el insumo base del oficio periodístico. Todo parte siempre de una pregunta: un reportaje, una crónica, una nota. El conocimiento mismo surge del diálogo según el principio socrático. Es una forma de aproximarse a lo que otro piensa y cómo lo piensa. Por eso los poderosos y déspotas rehúyen a este género si está fuera de su control. Sin embargo, Hitler, Stalin y Mussolini concedieron entrevistas periodísticas en la cima de su poder. Por eso sorprende que en Jalisco tenemos políticos que no conceden una entrevista periodística sin un pacto artificioso de control presupuestal de por medio. Hace poco descubrí una palabra que me gustó mucho: tecnosolucionismo. Describe, paradójicamente, gran parte de nuestros problemas. Surge de la creencia de que más tecnología nos hará mejores periodistas, mejores ciudadanos y más informados, nos dará urbes más seguras y, en resumen, solucionará nuestros problemas. Pero no es así. Todavía hace diez años albergué esta esperanza. Hoy me queda claro que ni el internet, ni las apps para mejorar tu alimentación, ni los carísimos sistemas de videovigilancia son la solución. La división, el encono y la cerrazón allá afuera han encontrado un potente escaparate virtual porque olvidamos la base de las cosas buenas que conseguimos antes de estas últimas décadas de tecnocentrismo acelerado: el sentido común, la empatía, la curiosidad sincera y el diálogo. Escuchar al otro antes que a mí mismo es un buen punto de partida. No lo sé, ¿ustedes qué opinan? *Compartí este discurso en la entrega del Premio Jalisco de Periodismo 2022 que me honró con el galardón en la categoría de Entrevista realizada al magistrado Armando García Estrada en el programa Perspectivas de Canal 44. jonathan.lomelí@informador.com.mx