La política se ha convertido en un teatro donde los actores políticos interpretan los papeles de ciertos guiones preestablecidos, para ahora entretener y distraer a la audiencia. Esta idea no es nueva, ya desde tiempos remotos se usaba; pero hoy se ha exacerbado por la sociedad del espectáculo y el entretenimiento en el que actualmente vivimos.Ya a principios del siglo 20, el filósofo Bertrand Russell, en su libro “El Elogio de la Ociosidad”, anticipó esta situación al advertir que la mecanización y la automatización, en la era industrial del trabajo, llevarían a un incremento sustancial del tiempo libre, lo que a su vez llevaría a una búsqueda persistente de mayor entretenimiento. La política no quedó exenta de esa tendencia, y ahora se ha convertido en uno de esos entretenimientos.Por su parte, el filósofo francés Jean Baudrillard nos habla de la simulación y la hiperrealidad en la que vivimos. Por lo tanto, la política la podemos considerar como una simulación teatral de la realidad, donde los políticos crean una imagen de sí mismos que no necesariamente corresponde a la verdad.En este teatro de la política, los actores utilizan el lenguaje y las imágenes para crear una narrativa que mantenga a la audiencia entretenida y distraída. La política se ha convertido en un espectáculo donde la verdad y la realidad son sacrificadas en aras del entretenimiento, tal y como lo vemos en los debates de los candidatos. Igualmente, en sus campañas hacen shows musicales junto a afamados cantantes y estrellas de cine. Incluso los mismos actores acaban siendo los candidatos.Conjuntando las visiones de Russell y Baudrillard, ambos nos advierten sobre el surgimiento de este teatro político, lo que tiene consecuencias graves. Dado que la política se ha convertido en un juego de apariencias, donde la verdad y la realidad son irrelevantes, la audiencia se convierte en espectadores pasivos, que no participan en la política de manera activa y crítica.Es hora de cambiar este guion y convertir a la política en un diálogo real, profundo y significativo, donde la verdad y la realidad sean lo más importante, no la manipulación por medio de la narrativa y la ficción demagógica.La política debe ser un espacio para la discusión y el debate, no un teatro para el entretenimiento, y mucho menos un instrumento de la publicidad y la mercadotecnia que tenga como fin atrapar adeptos y votantes, sino edificar una mayor consciencia ciudadana.