Cuando el sudario de la noche se aproxima, pienso en la amistad. Soy un hombre afortunado, tengo muchos amigos -pensé en escribir la palabra “amistades”, pero creo que la palabra “amigo” o “amiga” tiene un peso mayor- con quienes he compartido (otra palabra mágica) el milagro de la vida: sonreír, acariciarnos, abrazarnos, platicar, disfrutar los alimentos, incluso las desavenencias, los conflictos y las sin razones. Hace unos días, participé en la celebración de un evento cuya repetición será cada vez más difícil por un razonable motivo: a medida que se suman, no días y meses, sino calendarios enteros, se torna más complicado que nos encontremos. La juventud tiene un precio que finalmente deberemos pagar, ese precio es la vejez. Sin embargo, la postrer etapa está llena de cosas maravillosas. Una de ellas es la oportunidad de recapitular los distintos episodios de nuestro tránsito por la Tierra y agradecer a quienes han sido parte de ellos, así como los bienes recibidos. Otra es que la palabra “amor” la llenamos de colores que combinan el rojo intenso de la pasión con matices pastel, suaves, apacibles, que se van fugando en el horizonte para adentrarse en lo desconocido. Por si alguien lo pensara, ni estoy deprimido ni he dejado de soñar.En ese recorrido de casi sesenta años, he coincidido - “…tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir…”, diría nuestro recordado amigo Alberto Escobar- con algunos seres excepcionales. Intenté escribir los nombres de ellos y ellas, sin embargo, son tantos que no cabían en una columna, por lo que decidí compartir, agradecido con todos, el secreto de mi muy longeva amistad con José Herminio Jasso y Álvarez: respeto, confianza, tolerancia, generosidad, desinterés en las cosas materiales, honestidad, ausencia de envidias, objetividad en las opiniones, discreción, silencio, solidaridad en los momentos aciagos, prudencia y buen juicio. En poco menos de seis décadas, jamás ha habido un mal trato, una ofensa, una crítica mal intencionada, una palabra hiriente o una actitud mal sana, y no es que no hayamos pasado por situaciones difíciles o de riesgo, incluso de perder la vida. Sin embargo, ha prevalecido por encima de todo, la amistad, ese maravilloso adherente que une, como argamasa, los ladrillos de la vida. En un mundo invadido por el materialismo y sus hijos: la codicia, la envidia, la intolerancia, la trampa y el juego sucio, en el que ves al otro como competidor, rival o número y no como ser humano, hemos sido capaces de poner, por encima de todo, nuestros sentimientos. Hemos compartido. Finalmente, ¿qué es la vida, sino esa maravillosa oportunidad de amar? Tránsito temporal. Contrato a tiempo cierto sin posibilidad de refrendo.Sí, quiérase o no, en conciencia propia y en la opinión pública, se van escribiendo nuestras historias y, aunque la memoria es frágil, queda, por algún tiempo -breve, por cierto-, el registro y la calificación derivados de nuestros hechos. Gracias a la vida por tantos y tan buenos amigos. Larga vida al octogenario. Nos vemos en sus 90s.