Hoy es el primer día del resto del sexenio. O si se prefiere, hoy arranca el verdadero ejercicio de ratificación o revocación de lo que el presidente llama Cuarta Transformación, la batalla por el derrocamiento o permanencia de las instituciones de la república de la transición democrática.En los resultados del ejercicio de revocación del día de ayer cada quién verá lo que quiera. Los opositores, el fracaso de López Obrador; los seguidores, una apabullante ratificación de la confianza al presidente. Pero más que el resultado -que es interesante solo como ejercicio de calistenia electoral y radiografía de Morena sección por sección- lo importante es lo que significa en la batalla por las instituciones, en las que el INE es por supuesto la joya de la corona, buque insignia y territorio a conquistar.La república de la transición, la que se construyó a partir de la crisis electoral de 1988, es un régimen construido con base en pactos (los pactos económicos y el Grupo San Ángel son los más representativos) con el principio de la ciudadanización como eje de transformación del espacio público. Desmontar el sistema de presidencialismo todo poderoso, propiciar un sistema de partidos políticos que compitieran condiciones de la mayor igualdad posible y generar contrapesos desde instituciones ciudadanizadas fue el eje rector de esta república. La crítica, no sin razón de López Obrador, es que el sistema ciudadanización de la política no fue sino un pacto de élites donde el pueblo y los intereses populares estuvieron siempre ausentes. Si bien desde el primer día de gobierno están presentes tanto la noción de pueblo como la crítica a los organismos ciudadanizados -a los que le presidente considera una vulgar extensión de la élites- a partir de hoy ese discurso tomará más fuerza.Si la democracia ciudadanizada tiene terribles problemas de representación, la democracia popular que propone López Obrador tiene un defecto mayor: solo admite un gran intérprete de la voz del pueblo. La revocación fue el llamado a la gran batalla entre un sistema de partidos que no ha muerto del todo y que a pesar de sus debilidades sigue teniendo fuerza política y popularidad entre los mexicanos, y la consolidación de un sistema que se autodenomina popular y funciona, como todo populismo, de manera caudillista. De estos 26 meses cruciales que nos separan de la elección presidencial de 2024 podemos salir con una democracia fortalecida, donde impere la cordura política y lo ciudadano encuentre una forma de representación que vaya más allá de las élites partidistas y económicas, o con instituciones desbaratadas, posiciones polarizadas y los extremismos de uno y otro bando tratando de imponer por la vía de los hechos su visión de país. El escenario depende en gran medida de que aprendamos a escucharnos.Si la democracia ciudadanizada tiene terribles problemas de representación, la democracia popular que propone López Obrador tiene un defecto mayor: solo admite un gran intérprete de la voz del pueblo.