El día después de que la aplanadora de morenistas y aliados apabullaron a la oposición en el Senado, la última aduana para ya solo dejar correr el trámite de seleccionar los 17 Congresos locales de los 24 que dominan en el País, y concretar con su aprobación el premio al Gran Tlatoani que deja el Palacio Nacional en 18 días, el País quedó más polarizado que nunca y en medio de una turbulencia política de pronóstico reservado.En un extremo están los que ven el País perdido para siempre y directo a una autocracia peor que la de Venezuela. Sin duda, para alimentar esa visión fatalista contribuyó de forma determinante la desaseada operación que desde el poder de la 4T, se desplegó para lograr la mayoría calificada en la Cámara alta. Por donde se le vea son indefendibles repetir métodos de presión y chantaje que decían reprobar, pero que aplicaron a los Yunes del PAN de Veracruz, y a los Barredas del partido Movimiento Ciudadano (MC) en Campeche, para que incumplieran su palabra de permanecer en el bloque opositor de 43 que no hubiera dejado pasar la reforma judicial. La primera conclusión que habrá que sacar de este bochornoso episodio, cíclico en nuestra vida política, es que para romper con esa inercia negativa, se debe empezar a formar una reserva moral, con nuevos valores en la política que no tenga cola que les pisen y no se doblen a la primera. Sólo así, podremos empezar a reconstruir los contrapesos perdidos y acotar el poder absoluto que siempre tiende a corromperse.En el otro extremo se ubica el voto duro y la clase política y gubernamental morenista que están con los festejos desatados por haber aprobado en fast-track la primera reforma del controversial “Plan C”, que en su narrativa, significa haber cumplido el “mandato popular” expresado en las urnas y que les hizo ganar la presidencia con casi 36 millones de votos con los que conquistaron todos los estados menos Aguascalientes, y 263 de 300 distritos en competencia, que les dieron la mayoría calificada “para seguir transformando este País”. Aquí están también miles de ciudadanos sin partido que han tenido experiencias desconcertantes en los juzgados donde reina la corrupción y donde solo hay justicia para quien tiene con que pagarla.Entre los que están en contra de la reforma, están desde luego los partidos de oposición, muchos grupos de expertos y estudiantes de derecho, también quienes forman parte del desprestigiado Poder Judicial Federal actual, la mayoría de los Poderes Judiciales de los Estados, y quienes aún apoyando en general la reforma obradorista, difieren del método autoritario con que se aprobó, sin escuchar ni enriquecer el proyecto con las voces disidentes.Por eso, la gran pregunta hoy para este último grupo de opositores a la reforma, en especial los integrantes de la Corte, que dejaron pasar inmóviles los ataques cotidianos desde el púlpito presidencial, y sobre todo los partidos de oposición, es dónde estuvieron desde que AMLO presentó el 5 de febrero pasado el famoso “Plan C”.¿Por qué salieron a la calle a protestar por una reforma que desde luego atenta contra la independencia del Poder Judicial cuando ya habían sido arrollados en las elecciones y estaba nuevamente echada a andar la aplanadora legislativa que les ha pasado por encima en este el mes inaugural de su Legislatura federal?Si no hubieran atendido encuestas amañadas que les daban por su lado y les hubieran mostrado su debilidad real, así como la muy probable posibilidad de que el partido en el gobierno los iba a apabullar, tal vez hoy la historia fuera distinta y no se escuchara tanto lamento inútil.