El planeta tiene fiebre. El termómetro marca 49 grados en Siberia. Un pueblo histórico arde en llamas en California. El agua invade las casas en Alemania, China, India, Malasia... Un osito polar que camina en un iceberg achicado. Lo vimos hace unos años y parece que sigue ahí. Nos sigue conmoviendo. Es como el memento mori del cambio climático.La evidencia es irrefutable. Los eventos extremos que antes ocurrían una vez cada siglo, ahora están ocurriendo tres o cuatro veces en una década. No todo sucede lejos. En México, entre 1980 y 2010, se registraron menos días fríos en los desiertos del norte. Sube la temperatura en las zonas áridas. En 30 de los 32 estados se ha incrementado el estrés hídrico, como consecuencia de los bajos niveles de lluvias de los últimos años. La demanda por agua es mucho más alta que la cantidad disponible.México es uno de los 12 países más vulnerables a los riesgos del cambio climático. En nuestro país, como en el resto del mundo, los más afectados serán los más pobres, campesinos de estados como Chiapas, Guerrero y Oaxaca. También se verán afectados otros grupos que normalmente califican como clases medias, por ejemplo, prestadores de servicios turísticos en zonas que se volverán proclives a las inundaciones.Esta semana la ONU dio a conocer la primera parte del sexto informe del Panel del Cambio Climático. El dossier está basado en 14 mil artículos de dos mil 600 científicos. El panel de expertos no tiene dudas de que continuaremos experimentando lluvias torrenciales, sequías, olas de calor e incendios. La subida del nivel del mar es la más rápida en tres mil años; el nivel del hielo ártico es el más bajo en mil años y el derretimiento del hielo glacial, el más rápido en dos mil años. “Estamos ante un código rojo para la humanidad”, advierte António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas.En el informe se describen cinco escenarios, que van desde el más optimista, donde se logran reducir las emisiones y el calentamiento antes del 2050; hasta el más pesimista, en el que predomina la competencia entre países sobre la colaboración y no se avanza en la transición energética. Ahí la temperatura se incrementaría 4.4 grados centígrados.En los cinco escenarios se considera irreversible la subida del nivel del mar y el derretimiento de una gran parte de lo que ahora es nieve. La magnitud del daño estará determinada por lo que la humanidad sea capaz de hacer en varios frentes: la reducción del consumo de combustibles fósiles; la sustitución de nuestra dieta carnívora por una más rica en vegetales; el freno a la deforestación y un cambio drástico en la forma en que funcionan las ciudades y la economía.Hay razones para moderar el pesimismo: las energías solares y eólicas son mucho más baratas, las baterías también. Tenemos nuevos materiales más amigables con la naturaleza. La tecnología de captura de carbono está dejando de ser un asunto de la ciencia ficción. El gran reto está en lograr cambios en nuestro estilo de vida y conducta; en nuestra forma de producir riqueza. No será fácil lograr los consensos y avanzar hacia cambios radicales. Pensemos en el poder de la inercia: países petroleros que no quieren/pueden/saben cómo cambiar su matriz energética. Sociedades de alto consumo que no quieren/pueden/saben cómo vivir sin relacionar el consumo con el éxito y la austeridad con fracaso.Llevamos años oyendo de calentamiento global y poco a poco hemos entendido que no se trata de un mito. Nos falta entender qué quiere decir el sentido de urgencia. Prueben con esto: La NASA hizo un paralelismo de los aumentos de temperatura con la fiebre humana: un grado y medio incremento del planeta equivaldría a más de cinco grados en el cuerpo humano. El planeta pasaría de tener 36 grados a rebasar los 41 grados. Fiebre alta, alucinaciones y peligro de muerte. ¿Cómo se sienten?lmgonzalez@eleconomista.com.mx