Caímos. Estamos en una espiral en descenso que nos regresa al punto de partida, como si fuera un déjà vu. Hace 20 años vimos lo vulnerables que somos las mujeres en este país con un fenómeno que nos puso en el ojo internacional, primero con las desapariciones en la fronteriza Ciudad Juárez, después con la expansión al resto del país. El auge laboral de las maquiladoras convocó a mujeres de la región entre mediados de los años noventa y principios del 2000, pero a la vez fue un imán para los depredadores que encontraron la manera de sustraerlas impunemente y abandonarlas con huellas de tortura. La sociedad visibilizó el fenómeno de las desapariciones o los hallazgos de los cuerpos a través de las cruces rosas con las que se identificaron a “Las muertas de Juárez”. Una cicatriz en el tejido social no sólo de Chihuahua. No por nada la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a México en 2009 por la muerte de tres jóvenes a quienes las autoridades de Chihuahua no buscaron luego de su reporte de desaparición en 2001. El caso conocido como Campo Algodonero obligó a las autoridades a construir un memorial para recordar la omisión de las autoridades y la violencia de la que son víctimas las mujeres. Hace dos décadas hablábamos de las desapariciones como algo que ocurría “allá”, en Chihuahua, pero pronto vimos que “allá” es como “aquí”, sin maquiladoras, pero con la misma impunidad en el delito de feminicidio. Basta con abrir los portales de los diarios en cada ciudad y darnos cuenta que se vive el mismo infierno. Le ha costado la vida no sólo a las víctimas, sino a la familia de cada una de ellas. Madres que se convierten en activistas, buscadoras y que también sufren la misma violencia feminicida en la búsqueda de justicia, como Marisela Escobedo. Entre el año 2000 y 2019 se registraron más de 42 mil homicidios de mujeres en México y más de 62 mil desapariciones; sin embargo de esos homicidios sólo el 30% aproximadamente se califica como feminicidio y de éstos el 56% de las niñas y mujeres asesinadas fue a manos de sus parejas o familiares cercanos. No hay lugar seguro para las mujeres. Tampoco justicia.Caemos. Todavía no encontramos la forma de frenar este descenso, no hay partido que proponga la estrategia que detenga por lo menos los 10 feminicidios que se registran al día. Hemos visto la alternancia en estas dos décadas y no se ha encontrado la solución para la seguridad de las mujeres. El pasado feminicida de Juárez es el presente feminicida de México y en él todos los factores cuentan: desde el machismo hasta el crimen organizado, pues en el ajuste de cuentas las mujeres fungen como el objeto donde expresan la violencia. El año pasado, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública registró tres mil 754 muertes de mujeres y sólo 947 se investigaron como feminicidio, es decir, sólo el 33.7% se investigó con perspectiva de género. El año 2021 reportó 980 feminicidios y 2020 registró 943. Por fortuna la sociedad se ha organizado, las redes sociales y los colectivos han hecho la diferencia en las últimas décadas. Se manifiestan, tejen lazos de acción. Algunos casos han tenido un final positivo con el regreso a casa con vida, la mayoría no puede contarlo así y permanece en la búsqueda. ¿Cuántas sentencias más se requieren para cambiar el paradigma? ¿Se necesitan cementerios rosas en cada ciudad? Yo confío que no, porque el daño no se repara ni con cruces ni con glorietas ni con parques para el recuerdo. Es válido exigir que ni una sola mujer sea víctima y que ninguna denuncia sea ignorada. Si las generaciones anteriores no lo consiguieron, trabajemos para que la siguiente encuentre las respuestas y no sigamos viviendo siempre el mismo día.