Los resultados del censo 2020 presentados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, revelan que somos un país de 126 millones de habitantes. Frente al 2010, cuando se contabilizaron 112.3 millones de personas, el crecimiento es de prácticamente 14 millones, suma que supera a la población de países enteros: a fin de dimensionar, basta con señalar que Guatemala tenía en 2018 alrededor de 17 millones de habitantes, o que Suiza, en Europa, tenía en el mismo año alrededor de 8.6 millones.Lo que muestran esos datos es que nuestro país tiene un crecimiento anual de 1.4 millones de habitantes; por lo que, rumbo al 2024, es esperable que nuestro país crezca 5.6 millones de personas más; nuevamente, una magnitud enorme que equivaldría a la población total de un país como Costa Rica.Lo que se esperaría entonces es que en el 2024 seamos un país con una población que podría ir de 131 a 132 millones de habitantes, lo cual implica un conjunto enorme de retos en términos de dotación de servicios, generación de oportunidades de empleo, y también en todo lo relativo a la responsabilidad que tenemos como país de reducir nuestra huella ecológica en el planeta.Asimismo, es importante observar los datos relativos a las viviendas y su equipamiento. Desde esta perspectiva, es importante señalar que el país tiene 35.15 millones de viviendas habitadas; de las cuales, todavía hay 1.23 millones que tienen piso de tierra y conde habitan 4.76 millones de personas, es decir, un promedio de prácticamente 4 personas en cada una de ellas.Una de las principales recomendaciones que se han hecho como mecanismo de prevención y contención de la propagación del virus, ha sido la de “quedarse en casa”; y más allá de que hay millones de personas que debido a la pobreza o la insuficiencia de sus ingresos, no pueden cumplir con esta disposición, debe comprenderse que para millones el mandato del confinamiento implica estar encerrados en casas que no son estrictamente habitables, ya bien por su dimensión o por su equipamiento. Al respecto, destaca que, de acuerdo con el Censo, al menos 13.1 millones de personas habitan en viviendas hacinadas.A lo anterior se suma, considerando nuevamente a la pandemia, pero también a las epidemias de obesidad y diabetes que tiene el país, el indicador relativo a los 7.79 millones de viviendas donde se dispone de agua dentro del terreno o patio, pero no en los espacios habitables o aquellas que definitivamente no tienen agua. En éstas habitan 30.14 millones de personas que no pueden siquiera aspirar a lavarse constantemente las manos, y ya no se diga a disponer de agua para el aseo personal cotidiano, para cocinar o consumir agua limpia y mantenerse sanas y sanos.Para complejizar aún más el escenario, es relevante decir que tenemos 9.45 millones de viviendas que no disponen de lavadora, así como 4.26 millones que no disponen de refrigerador, dos de los aparatos electrodomésticos que resultan esenciales para cualquier hogar en cualquier parte de la República Mexicana.Y si se piensa en materia educativa, nuevamente en el contexto de la pandemia, las brechas son enormes: aún en 3 millones de viviendas no se dispone de televisor; mientras que en 21.86 millones se carece de una computadora y en 16 millones no se tiene una conexión fija de internet.Estos son solo algunos de los indicadores sociales que de inmediato revelan la urgencia de diseñar una política social integral, que no puede continuar basándose exclusivamente en el reparto de recursos monetarios, condicionados o no; se trata de diseñar una nueva generación de políticas públicas centradas en el cumplimiento de los derechos humanos, que avance rápidamente en el abatimiento de los rezagos y brechas, así como de la vulnerabilidad que se genera en los hogares debido a la falta de equipamiento.Nuestra demografía nos coloca ante un escenario de rápido crecimiento y envejecimiento; y si no se ponen estas condiciones al centro de la discusión de qué modelo de desarrollo necesitamos, con base en cuáles políticas públicas, continuaremos condenando a millones a vivir en las peores condiciones de vida imaginables.