Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani, el ahora Emir de Qatar, tuvo quizá un sueño hace años, para colocar a su país como el centro de la atención mundial: ingresar en el mundo del fútbol y organizar un campeonato mundial. Contaba con que su país tiene la mayor renta anual per cápita del planeta, y con la monarquía absoluta que juega un papel clave en el mundo árabe debido a su cercanía con Occidente.Para hacer realidad el sueño los intereses de Qatar habrían operado en París para convencer a los directivos de la FIFA de aquel sueño, y comenzaron gestiones para a adquirir la propiedad del equipo París Saint Germain y una serie de derechos sobre otros equipos, televisoras y negocios relacionados con el fútbol en Europa.A base tesón, dinero y habilidad, poco a poco se fueron dando los pasos para fraguar la idea en realidad, pero en el camino ha colocado a la FIFA en un predicamento: Desde que se tomó la polémica decisión de otorgarle la sede cuando la nación catarí que no contaba con ninguna tradición futbolística significativa, carecía de infraestructuras deportivas básicas como estadios para organizar el mayor evento deportivo del mundo, los problemas se multiplicaron.Una investigación reveló cómo se tejieron los intereses presuntamente turbios para favorecer la decisión de la sede dejando una estela de dudas. Posteriormente se programó un cambio en las fechas del evento que tradicionalmente se celebraba en el verano, por el clima extremo en aquella región.Luego, a lo largo de los años recientes, la nación árabe ha desarrollado una intensa y costosa labor construyendo obras inmensas y creando consensos entre las naciones y las compañías patrocinadoras, para respaldar su iniciativa.El sueño incluía la enorme dificultad de convocar a más de un millón de aficionados en una nación con apenas 11 mil kilómetros cuadrados, menos de la mitad de la superficie del estado de Nayarit. Como también superar barreras culturales que limitaban la posibilidad de que el mundial fuera como siempre había sido.Qatar se ha reconstruido y está a punto de mostrarle al mundo su capacidad haciendo realidad el sueño del Emir. Pero la fiesta será distinta: más que nunca se han abierto las brechas entre los grandes equipos que determinan el éxito de los jugadores, y el tradicional juego de los equipos de las ciudades vinculados a los vecindarios, han dado paso a las enormes maquinarias de marketing, mientras las historias de jugadores en ascenso por méritos deportivos dan paso a los mecanismos de promoción económica, y el control de las transmisiones y patrocinios de equipos y de los partidos se han vuelto el eje de una actividad que migró de ser deporte a espectáculo circense.La realización misma del evento ha estado envuelta en enorme polémica por las acusaciones respecto al trato a los trabajadores migrantes que se murieron por cientos en la construcción de las obras, por la ilegalidad de la homosexualidad o ahora por la prohibición de la cerveza en los estadios.Es un mundial diferente, hecho a contracorriente hasta el último minuto: en un hecho inédito el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, acusó públicamente el viernes a los críticos del historial de derechos humanos de Qatar de hipócritas y racistas en un extraño e incendiario ataque en el que afirmó que las naciones occidentales no están en condiciones de dar lecciones de moralidad a Qatar, dado su comportamiento pasado y actual.La polémica ahora dará paso a la fiesta de las imágenes y el entretenimiento que, cuando menos por aquí, levanta una pasión distinta: ahora más ligada a las apuestas y el morbo del espectáculo, que a la admiración deportiva. Muchas lecciones deben ser aprendidas de lo que suceda en Qatar de cara al siguiente mundial que involucrará a Estados Unidos, Canadá y México. luisernestosalomon@gmail.comLuis Ernesto Salomón