Desde que el mundo es mundo la gente ha tenido miedo, y lo que está en el fondo de todo lo que pasa ahora con la pandemia es, precisamente, el miedo: un miedo que cada quien explica (y se explica) de distinto modo, y cada quien lo enreda con otros temores asociados, personales o colectivos. La Real Academia define el miedo como “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”, y hay montones de estudios acerca de él (vaya, hasta la Wikipedia tiene un artículo bastante interesante del asunto).Uno de los remedios más inteligentes de todas las culturas para familiarizarse con esa emoción, para conjurarla, para controlarla en la medida de lo posible, han sido los mitos y las leyendas. Y en particular los cuentos clásicos para los niños. El universo de Caperucita, Blanca Nieves, Pulgarcito o Hansel y Gretel es una vacuna infantil tan indispensable como la del sarampión. Son historias capaces de tocar la sensibilidad de los niños con un argumento sencillo, algunas peripecias memorables y personajes que encarnan claramente vicios y virtudes. Suelen ser aterradoras, crueles, pero también justicieras y encantadoras, y enseñan que siempre hay esperanza de que al final todo salga bien, se castigue a los malos y se premie a los buenos. Los cuentos, claro, son sólo un punto de partida para que después se aborden lecturas más complejas, con mayores matices; pero, ¡ay de quienes no hayan tenido ese mundo infantil! Es haber carecido de esa iniciación, de ese rito de paso que lleva a desarrollar la inteligencia y la cultura, y sin duda eso hace que tanta gente se atore en una visión del mundo pobre y mucho más maniquea que los propios cuentos.Los adultos tienen que saber dar a probar a los niños ese primer acercamiento a la realidad: las historias imaginarias que no niegan el miedo, ni la crueldad, ni la muerte, pero que muestran que no se puede ni se debe vivir bajo su sombra. Los bienpensantes tienen ahora la manía de sanitizar, pasteurizar y “políticamentecorregir” los cuentos de hadas. Son los mismos irresponsables, claro, que se niegan a vacunar a sus hijos. ***Y es que, como escribió Álvaro Mutis, “la inteligencia sirve para todo”. Da la capacidad de discernir, de evaluar, de discriminar. Pero es un bien escaso, lo dice el Eclesiastés: stultorum infinitus est numerus (y la frase anterior es igualmente tajante: perversi difficile corriguntur, los malvados difícilmente se corrigen). Y estos días, entre los rebrotes y los rebrutos, cualquier visión del mundo caracterizada por la inteligencia es una bocanada de aire fresco. El sábado 30 de mayo aparecieron en la prensa nacional dos artículos que abordan el mismo problema desde ángulos diferentes pero complementarios. En Milenio, Xavier Velasco escribe sobre “La era oscurantista”, cuando cualquier opinión vale lo mismo que otra y, de todos modos no importa, porque de un día al otro ya se olvidó todo. En El Universal, el jurista Sergio García Ramírez publica un texto inteligente y elegante: “La realidad sí existe”.*https://www.milenio.com/opinion/xavier-velasco/pronostico-del-climax/la-era-oscurantista *https://www.eluniversal.com.mx/opinion/sergio-garcia-ramirez/la-realidad-si-existe