Les compartiré una historia y una moraleja. Un amigo de El Fortín, en Zapopan, me buscó el lunes. Estaba desesperado. Me contó que llevaban un mes sin agua y el SIAPA sólo les daba largas. Me compartió un mensaje de un grupo de Facebook en donde los vecinos se estaban organizando para protestar y bloquear las calles. Allí pude leer el enojo: “No queremos que ahorita somos más de 700 vecinos y que a la hora de la hora, les demos pura risa por solo ser un nudito de gente. Así es que vayan pidiendo permiso en el trabajo y haciéndose la idea de que el martes se lucha por nuestra agua”. Le pedí a mi amigo el contacto del líder vecinal o encargado de los comunicados, pero me dijo que no lo conocía. Después de un rato encontró el nombre del responsable de la convocatoria. Obtuvo sus datos, pero el tono proselitista de su último mensaje le llamó la atención. Decía: “Recuerden que se vienen tiempos electorales y harán todo por ganarse nuestro apoyo, pero nunca olviden dónde estuvieron cuando los necesitábamos”... Mi amigo googleo el nombre del susodicho y apareció con la camisa de un partido político en explícita alusión a su militancia. “Nunca falla la política detrás de cualquier problema”, se quejó mi amigo. Pienso en el significado telúrico de esta última frase. ¿En qué momento la política se convirtió en parte del problema y no en la vía para resolver el problema? Siempre usamos esta clase de expresiones en sentido negativo: “Es político” o “hay políticos involucrados”. Incluso dudo si afirmar que “alguien es muy político” funciona como ofensa o elogio. Se refiere más a un defecto por falta de sinceridad o hipocresía. Recuerdo un chiste: la diferencia entre un no-político y un político es que el primero te dirá que no, pero el segundo te dirá siempre que sí. En El Fortín hay un problema concreto: desabasto de agua. El punto que quiero remarcar es muy sencillo: ¿cómo resolvemos nuestros problemas si no creemos en la buena política; o peor aún, no la conocemos ni la practicamos? Según la Encuesta Nacional de Cultura Cívica 2020, casi ocho de cada 10 mexicanos confía poco o nada en los partidos políticos y los legisladores locales y federales. El 60% desconfía de su gobierno municipal y el 58% del Gobierno estatal. La desconfianza es bidireccional. Un ejemplo es el caso de San Rafael. En vez de utilizar la política y el diálogo, el Gobierno estatal envió antimotines para cercar a los vecinos e imponer obras en “beneficio” de la comunidad. La fuerza en lugar de la razón. ¿Qué pasa cuando la política deja de ser una vía para resolver nuestros conflictos? Pues nos agarramos a trompadas. Surgen las expresiones de violencia, la corrupción, el nepotismo, el influyentismo, la extorsión, el soborno y el clientelismo electoral. Nos urge resignificar y ampliar nuestro concepto de la política. Los problemas de la polis son reales y requieren de los mejores políticos (y no hablo sólo de los que buscan un cargo de elección popular).jonathan.lomelí@informador.com.mx