Miércoles, 23 de Octubre 2024

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El libro de un Tostonario

Por: José M. Murià

El libro de un Tostonario

El libro de un Tostonario

Don Fernando Santoscoy, destacado “médico patólogo clínico”, después de trabajar con suma acuciosidad durante sus horas libres más de un año, entregó por fin a las prensas su trabajo titulado 50 años ganando su confianza. Le da vuelo con él a la justificada satisfacción de que la empresa de la cual forma parte medular, tapatía de pies a cabeza, hubiera llegado a tambor batiente a sus primeros cincuenta años de vida.

Se llama Unidad de Patología Clínica y fue creada al comenzar 1968, bajo la batuta de Luís Guillermo Santoscoy.

Personalmente me dio gusto que el apellido Santoscoy volviera a hacer acto de presencia en la bibliografía jalisciense, entre otras cosas por mi afición a los textos de nuestro historiador Alberto Santoscoy, aunque el parentesco entre ambos sea lejano.

La casa de referencia, de impresionante modernidad y avance científico, cuenta con un par de docenas de “casas chicas” diseminadas por el valle de Atemajac que captan muestras de todo tipo, pero el análisis se hace en los aparatos de última generación que se hallan en la Avenida México. Lo mismo sucede con más de 900 laboratorios “asociados” esparcidos por el país, que les remiten los asuntos difíciles.

Si bien puede catalogarse como una empresa familiar, cabe tener presente que lo que deja bien establecido el libro de marras, es que se ha conjugado en su derredor un espléndido equipo de especialistas a quienes se les condiciona únicamente su calidad, sin importar credo o filiación. El espléndido resultado está a la vista.

El texto de Santoscoy, además de que está muy bien editado, nos permite respirar con satisfacción al darnos cuenta de que “también en San Juan hace aire”

Conviene revisar dicha obra para gozar de la tranquilidad de que, en caso de apuro, no se requiere ir muy lejos para encontrar el respaldo concerniente. Pero el texto de Santoscoy, además de que está muy bien editado, a la manera que concierne a una obra de tal naturaleza, y embellece cualquier repositorio, nos permite respirar con satisfacción al darnos cuenta de que “también en San Juan hace aire”, es decir que, cuando nos lo proponemos y nos libramos de atavismos de origen colonial, en Guadalajara podemos hacer las cosas como es debido.

El libro, profusamente ilustrado y con un lenguaje pulcro y directo, cumple con el cometido de decir lo que conviene saber, además de que el diseño gráfico es igualmente “como Dios manda”. Solamente encontré, en aras de darle satisfacción a mi endémica mala fe, dos pelos de pestaña en la sopa: una fotografía en la que el autor admira a una microbióloga del clan, misma que se repite… y que solamente se hayan hecho mil ejemplares de dicha obra que merece una difusión muchísimo mayor…

Finalmente, por deformación profesional, admiro especialmente el hecho de que exista en dicha Unidad de Patología Clínica una biblioteca ad hoc y que los aparatos antiguos, en vez de ir a dar a la basura o vendidos al ropavejero, se hayan guardado con el mayor respeto y se emprendiera con ellos la creación de un museo pequeño, pero de singular valía y atractivo.

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