Viernes, 22 de Noviembre 2024

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El juicio de Osiris

Por: Eugenio Ruiz Orozco

El juicio de Osiris

El juicio de Osiris

En los últimos meses, he estado muy cerca de la muerte. He vivido la pérdida de algunos estimados compañeros y compañeras de la Escuela Normal y de la Facultad de Derecho: Eva Cuevas Barrientos, Pepe Torres Milanez y Víctor Manuel Andrade Mariscal. He sido testigo del sufrimiento de Luz Orozco y Aída Sánchez al desprenderse de sus hijos. He estado con Carmen Uribe y Luis Humberto Campos en la pena causada por el fallecimiento de sus compañeros de vida. He sufrido, en carne propia, la partida de mi hermana Coco. He acompañado en su dolor a Sagrario Guzmán, quien abrazó a su padre por última vez y al esposo de Chayito, mi hija, Rafael Ríos, cuya mamá ya se encuentra con el Señor.

La muerte es un accidente. Cuando ese obligado tránsito se hace más próximo y con mayor frecuencia, es preciso reflexionar sobre el sentido de la vida. No se preocupen, lejos de padecer una depresión o algo similar, sufro una enfermedad que me gustaría que fuese contagiosa: optimismo crónico. Me gusta soñar. Creo en la humanidad. Respeto las legítimas aspiraciones de cada persona. Admiro a quienes se esfuerzan por hacer realidad sus fantasías. Sin ánimo de autoflagelación, revisemos nuestros actos y omisiones, así como lo abonado, no a la cuenta de banco, sino al bienestar personal y colectivo. Al final, el grano pesa y la paja se la lleva el viento.

Hace unos días, los señores Trump y Biden se enfrascaron en una disputa de poder en la que, deleznablemente, mostraron su falta de educación y de respeto al pueblo norteamericano. Ninguna de sus propuestas fue más allá de los intereses económicos que gravitan en torno a ellos. Pregunta: ¿acaso esos señores son mejores que cada uno de nosotros? ¿No es más valioso un médico salvando vidas, un ministro religioso guiando almas, un maestro enseñando a sus alumnos o un payaso haciéndonos reír?

Lo verdaderamente sustantivo es que seamos congruentes, que nuestro desempeño en la vida se ajuste a un cuadro axiológico y que no perdamos de vista que somos una parte infinitamente minúscula del todo. Afanados en cosas insustanciales, persiguiendo el éxito pregonado en la sociedad de consumo, a veces olvidamos el valor de lo sencillo y la maravillosa oportunidad de hacer lo que debemos. Consecuentemente, el prestigio es el mayor reconocimiento al que debemos aspirar.

En el mosaico de la humanidad, nadie es superior a los demás. Sin embargo, por encima de la soberbia de los poderosos, económica y políticamente, debe estar el supremo interés de la sociedad. Es la vida quien nos da la oportunidad de alcanzar, por nuestros hechos, la trascendencia. Al final de ella, nadie escapará al juicio de su propia historia y de la opinión pública. La balanza de Osiris calificará, fatalmente, nuestro desempeño.

* En la vieja cosmogonía egipcia, los recién fallecidos alegaban la rectitud de sus acciones en vida ante el tribunal de Osiris. Si eran positivas, se les concedía el acceso a la vida eterna; de no ser así, se les condenaba al inframundo.

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