“Porque no hay responsabilidad más sagrada y atroz que la que nos obliga a ser nosotros mismos”. Eso pensaba la jovencísima Liliana Rivera Garza. Y por osar –con admirable honestidad, valentía y tesón– vivir en congruencia con lo que creía, la mataron.La mató su novio. En un caso de feminicidio en el Valle de México impune tres décadas después.La historia de Liliana, que es la de tantas, fue puesta en dolorosas páginas por su hermana Cristina, escritora grande hace mucho pero consagrada sin duda con “El invencible verano de Liliana (Random House)”, novela sin ficción y reportaje literario que este jueves fue premiado con el Xavier Villaurrutia.Liliana quería ser arquitecta. Su padre mejoró las papas en México. Su madre fue el motor de la familia. Y su hermana ahora ha recuperado la historia de un crimen que dejó a los Rivera Garza huérfanos de Liliana.Pero “El invencible verano de Liliana” no es sólo la historia de un homicidio estúpido. Es una biografía familiar entrañable, y es un riguroso peritaje de la maraña de complicidades institucionales y hasta culturales que hacían y hacen posible la impune violencia contra las mujeres.Cristina cuenta en el libro el dolor de buscar a su hermana décadas después. El retrato que nos presenta de la más chica de los Rivera Garza es el de una brava jovencita que se ahogó a la vista de todos, sin que sus familiares, sus amigos, sus profesores y hasta sus vecinos de la casa estudiantil que habitaba pudieran evitar que el asesino le dejara sin aire.“Uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje. Quién en ese verano de 1990, iba a poder decir, con la frente en alto, con la fuerza que da la convicción de lo correcto y de lo cierto, y la culpa no era de ella, ni dónde estaba ni cómo vestía”, escribe Cristina en 2021, no para decir que hoy sería distinto, que hoy su hermana se hubiera salvado, sino para recordarnos que todas las Lilianas de hoy deben ser escuchadas y, sin tutelaje pero sin escatimar recursos, defendidas. “Ni Liliana ni los que la quisimos, tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales del peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social ha contribuido al asesinato de cientos de miles de mujeres en México y en el mundo. (…)“Y (frente a la violencia) Liliana, valiente y amorosa, intentó por todos los medios lo que tantas mujeres en su lugar han hecho: se le opuso, trató de escaparse, la negó, se acopló a ella, se le resistió, la desactivó, negoció con ella, hizo de todo lo posible y lo imaginable hasta que, apenas un poco de tiempo antes del feminicidio que le quitó la vida, se fue de él”.Se fue del asesino pero nadie supo advertir el retorno del agresor, que herido en su orgullo asaltó una noche la casa de la víctima y la mató. En una historia, nos ilustra Cristina citando estudios de Rachel Louise Snyder, que se repite muchas veces en los tres meses inmediatos a la ruptura con un violentador: el victimario no soportará perder a su víctima habitual y es el tiempo en que más debería acompañarse a quien ha sido violentada.“Hasta el último momento, Liliana pensó que se podía enfrentar sola al patriarcado y que podía ganarle”.La narrativa de Cristina Rivera Garza le devuelve la vida a su hermana, cuyo asesinato lloramos todos los lectores de este libro imprescindible hoy en México. Salvador Camarenasal.camarena.r@gmail.com