La obstinación de construir el muro en la frontera es un despropósito que terminará, tarde o temprano, en un derrumbe. El muro es un símbolo de que el sistema ha fallado en su misión de delimitar armónicamente las fronteras. Como lo señala en un artículo publicado hace algunos días Eric Schewe: “En el pasado los muros delinearon bruscamente el territorio de las mansiones feudales del de la ciudad, con sus distintos regímenes sociales y fiscales. Los muros definieron el estatus especial en grupo de las comunidades privadas, como los gremios de ciudades y los monasterios. Apenas en la época en que la artillería hacía obsoleta la ciudad amurallada, el capitalismo de mercado se extendió al campo y la pared se convirtió en otro símbolo potente: el recinto de lo que los señores y la nobleza ahora consideraban su propiedad privada. Sin embargo, con la excepción de las cercas para mantener el ganado en su lugar, los muros de hoy parecen representar una falla del público para reconocer la legitimidad de esa propiedad privada”. En nuestro tiempo hay ejemplos de sobra para ver cómo los muros son nocivos para quien los construye: desde el muro de Berlín arropado por la Guerra Fría y la polarización ideológica, hasta el muro de Cisjordania que ha producido más violencia y resentimiento, el resultado ha sido contraproducente para alemanes y judíos. Lo será también para quienes impulsan el crecimiento del muro en la frontera porque cada muro tiene su propia historia de aislamiento. El mensaje del Gobierno de los Estados Unidos actualmente es muy claro: las relaciones de amistad, diplomáticas y económicas con el vecino del Sur han fracasado y no se está dispuesto a repararlas sino mediante un acto que simbólicamente pretende el aislamiento para protegerse de una amenaza que no existe. La inmigración no es una amenaza en sí misma, sino que supone la manifestación clara de que no ha habido la capacidad para equilibrar los desajustes de la desigualdad producida por la internacionalización de la economía en el mundo. Es cierto que muchas de las élites del mundo se han vuelto ricas al eliminar las barreras comerciales en los últimos 40 años, causando una desigualdad de riqueza asombrosa tanto dentro de sus estados como entre estados poderosos y débiles. Las oportunidades de trabajo en los estados ricos están atrayendo a los migrantes a medida que las depresiones agrícolas y el colapso ecológico los están expulsando de sus tierras. Pero este hecho plantea el reto de encontrar el equilibrio mediante la cooperación, el diálogo y el uso de los recursos conjuntos de los países. Ahora parece que entraremos en otra ola de agitación electoral en la que México, el muro y la migración volverán a la agenda pública de opinión en Estados Unidos por lo que nuestro país está tomando posiciones mediante acciones de comunicación y activismo para proteger a nuestros ciudadanos en las acciones consulares. La campaña electoral para la pretendida reelección de Trump va a polarizar los mensajes y nosotros debemos fortalecer el nuestro: México está por encima de un muro que inevitablemente caerá derrumbado cuando termine la obstinación por una amenaza inexistente. La mayoría de los norteamericanos se dará cuenta y habrá una nueva etapa en la que se diga que las relaciones sociales, políticas y diplomáticas han permitido la cooperación y el desarrollo en ambos lados de la frontera con más intercambio en el mundo.