Es verdad que el cine puede ser una experiencia demasiado impactante. Hace poco, en una reflexión entre amigos, uno de ellos me decía que de niño no lograba ver una película entera, porque, a diferencia de los libros, la historia entera estaba ahí sin pausas, no era pues dosificada como en el texto y esto le causaba demasiado estrés. En cierto sentido, su experiencia me remonta también a mi niñez y luego a mi adolescencia, y me recuerda haberme sentido igualmente ansiosa por momentos al recibir de pronto una serie de impulsos vertidos en dos o tres horas.Algo para mí le faltaba. Al tiempo, cuando tuve otro tipo de contactos y experiencias escénicas, descubrí que la vivacidad que el teatro ofrece era quizá el ingrediente que de niña y de jovencita extrañé. En el teatro, la misma obra, con los mismos actores, aun en la misma temporada, la experiencia es siempre distinta, porque la vida humana hasta en el mismo saludo matutino a la pareja, a los hijos, siempre es diferente, es imposible de reproducir la repetición. Nada en el teatro se repite. En el cine, bajo esa repetición, encuentro que uno no es el mismo ante la misma obra, ante el mismo filme. Por eso creo que recurro a películas que ya vi pero que necesito volver a ver, porque conforme voy siendo distinta, busco y encuentro distintos mensajes que ahí estaban encriptados y que no logré “cachar” en su momento. Y esta es una experiencia igualmente bella humanamente para nosotros como público y, por supuesto, también para los que la protagonizan, seguramente.Me gusta ir al cine porque me dejo sorprender, me encanta la oscuridad que envuelve estar solo o acompañado en un lugar que por lo menos a mí me parece seguro. Me encanta saber que dentro de ese margen de oscuridad, uno puede conmoverse hasta las lágrimas, que nadie está pendiente de nuestros gestos, de nuestros encuentros con la obra. Quizá, esos espacios, ambos, el teatro y el cine que tanto en común tienen, ofrezcan un atajo ante nuestra propia oscuridad. La experiencia total de estar en un lugar lleno de impulsos y de creación, para quienes viven todo al límite, puede ser tan acogedora como desafiante. Pero prefiero ir mil veces a buscar en la profundidad de esa oscuridad que perderme de lo que podría resonar en mí. Que prevalezca la angustia del gusto y de esta intensidad, el asombro provoca reverencia.Vamos al cine, tomemos de la mano a quien nos acompaña, abracemos nuestra soledad en ese espacio que tanto tiene que ofrecer, tomémosle el gusto, que ahí vienen los Oscar.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina