Hace sólo unos meses, yo me encontraba entre quienes desestimaban las marchas de mujeres por motivos de violencia de género y me apena reconocer que no me faltaban argumentos para menospreciarlas, empezando por la inutilidad de la destrucción, pasando por el sectarismo de sus integrantes, registrando la feminización como una variante del machismo muy por debajo de la universalización del individuo y reconociendo su comprensible rabia pero cuestionando su injustificable violencia.Así estaba a pesar de mi sexo, pero hoy tengo una visión completamente distinta del fenómeno, que ahora creo comprender mejor y juzgar de otra manera, pero no fue porque cambiaran en unos meses las circunstancias de violencia contra las mujeres ni porque se haya modificado el tipo de manifestaciones que vemos por ello.No, no cambió nada. Fui yo quien por lentitud intelectual y falta de empatía me tardé en procesar las implicaciones de un movimiento que, ahora entiendo, va mucho más allá de lo que vi inicialmente, y justamente va más allá porque reivindica la destrucción como herramienta de cambio del status quo.De ahí la importancia emblemática del daño a símbolos cívicos, puertas, monumentos o edificios. Hay que tirarlo todo, dicen. Que arda todo, repiten.Por obtusa no escuché antes. Ahora me esfuerzo y trato de entender lo que desde el principio plantearon. Siempre hablaron de la destrucción de un sistema y sus estructuras. Le llaman patriarcado, lo conocemos como la forma contemporánea de organización social, o en otras palabras, el sistema.¡Hace mucho que no había un grito antisistema!Esa discusión está por venir y vale toda la pena. No funcionan ya nuestros esquemas de organización política, se secaron las arterias que hacían funcionar nuestros arreglos con el poder (la democracia) y para derramar el vaso de agua, el derecho a la vida está en entredicho. Para todos, he de decir, pero el grupo en rebelión es aquel que desde hace mucho tiempo ha sido el más vulnerado, el más atacado, el más silenciado y el más obligado a aceptar las condiciones del status quo. Hoy, con la rabia que genera la mediatización de la violencia de género, se ha levantado algo inmenso, mucho más grande que un sector que reclame atención particularizada. No, ya no se trata de crear cuotas, camiones rosas, taxis especiales, Institutos para la Mujer, protocolos, refugios o de reelaborar el lenguaje. Se trata de exigir justicia en el sentido más amplio del término. Justicia completa, para todos, desde otra óptica. Una justicia que se debe desde hace siglos y que pasa por destruir los esquemas de relaciones sociales dominantes.No sé aún si tienen razón al promover que arda todo, pues soy escéptica de las transformaciones radicales. Pero esa discusión vale toda la pena porque lo que hay ya no sirve y la irrupción de las mujeres como un nuevo actor político antisistema aporta una variable paradójicamente mucho más constructiva que las sandeces de Palacio.