La migración es uno de los hechos sociales más impactantes de nuestro tiempo. Las guerras, los desequilibrios económicos y la agitación social han provocado enormes corrientes de migración en el mundo. En México se ha originado una de las corrientes migratorias más grandes del mundo, en apenas unas décadas la población mexicana en Estados Unidos ha llegado a pasar de los 11 millones. Si sumamos a los hijos de los emigrantes la cantidad entonces es mucho mayor. Se calcula que una de cada dos familias en México tiene a algún familiar que reside en el exterior.El proceso de integración de las comunidades mexicanas en el exterior no ha sido sencillo. La historia de hechos discriminatorios, agresiones y desigualdad social es inmensa. La ola de emigración que inició desde los años cincuenta y llegó a su punto culminante hacia el último lustro del siglo pasado ha ido a la baja, dando paso a la consolidación de la interacción de familias y comunidades vinculadas por la sangre, la cultura, la economía y la búsqueda de oportunidades en ambos lados de la frontera. Y al mismo tiempo a la mayor comunidad binacional/bicultural del mundo.De unos años a la fecha ha aparecido otro rostro de la migración en México: la llegada de cientos de miles de inmigrantes a suelo mexicano provenientes de la frontera Sur. A partir del 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos comenzaron a presionar a nuestro país para que controlara de mejor forma el ingreso al país para prevenir actividad terrorista. Se implementaron muchas acciones para fortalecer las instituciones que atienden la migración, sin embrago con el paso de los años ha quedado de manifiesto que los esfuerzos han sido insuficientes ante el crecimiento de la migración.La aparición del tema migratorio en la agenda electoral que llevó a Trump a la presidencia con sus ataques a México como bandera, aumentaron la visibilidad internacional del crecimiento migratorio. Al grado que las autoridades han reconocido en los últimos días que los flujos de ingreso son del orden de cien mil personas por mes y han establecido mecanismos de contención. En parte por convicción y en parte por presión externa el tema migratorio se ha colocado como un asunto central en la agenda del Gobierno dadas sus implicaciones internacionales, pero al mismo tiempo comienza a instalarse en el debate nacional.Estudios demoscópicos levantados recientemente muestran que los mexicanos están cada vez más interesados en el asunto; y que sus opiniones respecto a la apertura a la migración se endurecen. Parece un contrasentido que un país de emigrantes, que tiene a más del 10% de su población en el exterior, tuviera una actitud conservadora respecto a la inmigración. Pero el sentimiento que identifica a la inmigración como amenaza crece. En otras partes del mundo han sucedido hechos parecidos, en España o en Turquía que han sido países de emigrantes se endurecen también las posiciones respecto a la inmigración, tanto en la opinión pública como en sus leyes.Nuestro país se enfrenta a un dilema ético y político por el tema. La presión externa nos conduce por la ruta del control firme mientras que la tradicional actitud hospitalaria de brazos abiertos comienza a ser discutida seriamente. Es probable que el asunto migratorio se instale en la agenda política interna de forma que exija definiciones claras y pueda polarizar, lo que sería muy lamentable por el riesgo de aumentar la percepción de criminalizar a la inmigración ilegal. Si nos quejamos de la forma policial de actuar de las autoridades migratorias del vecino del Norte, no podemos hacer lo mismo.El dilema nos coloca ante la obligación moral de ordenar la inmigración de una forma distinta, eliminando los criterios represivos para crear un sistema migratorio que considere a cada caso de forma individual y lo resuelva con justicia y legalidad. Atender con dignidad a las personas es una necesidad estratégica urgente. Fortalecer y dar sentido humano a las autoridades migratorias es un reto institucional que no debe postergarse.