El domingo pasado enfrenté un dilema moral. Por la noche acudí a comprar una crepa de maní por 50 pesos en Avenida La Paz y Chapultepec. Mientras pagaba con un billete de 100 pesos, una indigente de mediana edad me abordó: -Muchacho guapo, cómprame una crepa. Traigo 15 pesos -me los mostró-; te los doy, anda, anda… ¿sí? ¿Cuántos de ustedes le hubieran comprado la crepa sin pensarlo? ¿Cuántos se habrían detenido a pensarlo? Lo más sencillo, si fuera político, sería pagar la crepa, filmarla mientras comía y publicarlo en TitkTok, pero no es el caso… Recordé el dilema del bote salvavidas. Tras naufragar, doce sobrevivientes abordan una lancha con capacidad para veinte. El capitán hace un balance de los víveres: hay agua, ron y galletas suficientes hasta que un barco los rescate en máximo una semana. Una vez acabado el inventario, el capitán sugiere celebrar su situación, al cabo no tan desafortunada, con un trago de ron y dos galletas para cada uno. En ese momento, otro tripulante señala a lo lejos a una mujer que se ahoga y que pide ayuda desesperada. A lo que el capitán responde: -Si se ahoga no es culpa nuestra. Y si la rescatamos no podremos comer las raciones que nos sobran. El tripulante, indignado, responde que si no la ayudan, la mujer morirá. ¿Evitar su muerte no basta para ayudarla? El capitán, meditabundo, replica: -La vida es dura, nadie dijo que fuera justa. Si muere, no significa que nosotros la hayamos matado. ¿Alguien gusta otra galleta? Esta metáfora se ha utilizado para ejemplificar la opulencia de los países ricos en el Occidente, que serían el bote salvavidas, y la mujer que se ahoga, que serían los países pobres en donde la gente muere de malnutrición y enfermedades evitables. La postura del capitán que se niega a salvar a la mujer, en estricto sentido, es tan cruel como la de los países ricos que no ayudan a los pobres en un mundo globalizado. Si nos asusta la inmoralidad del capitán, ¿qué nos hace pensar que nosotros somos distintos en una sociedad con tan profundas brechas de desigualdad? Otro ingrediente que hace más aterradora la analogía es que ayudar a la mujer que se ahoga tiene un costo insignificante en la situación de los tripulantes del bote porque igual hay espacio y raciones suficientes. En cambio, ese esfuerzo mínimo representa la diferencia entre la vida y la muerte para la mujer. Seguro que todos y todas dirán que de ninguna manera dejarían ahogarse a la mujer, pero cada día atestiguamos impasibles la pobreza implorante de infantes, mujeres y migrantes en los cruceros y las calles de la ciudad. Estas líneas que les comparto, y que intencionalmente evitan una conclusión definitiva o dar una lección, me surgieron tras la decisión que tomé la tarde del domingo y cuya moralidad o inmoralidad, en esta ocasión, me reservo para mí. jonathan.lomelí@informador.com.mx