Recular es un verbo simpatiquísimo. Básicamente es echarse para atrás, pero en nuestra amada mexicanidad recular implica miles de conceptos ofensivos. Y para un político genérico que se marea en el primer ladrillo al que se sube, evidenciar que reculó le alcanza a doler en dos tercios de esa bella palabra.Y eso sucedió.Cuando Enrique Alfaro creía que tenía el toro por los cuernos y le declaró la guerra a Dante Delgado en una entrevista banquetera, sus cercanos quedaron entre la espada y la pared. Por un lado, le deben lo que son al alfarismo y, por otro, el control de la decisión en las candidaturas está en manos de la dirigencia nacional de Movimiento Ciudadano. Esa dirigencia que, Alfaro dixit, tiene a un “burócrata de partido” del cual nunca serán presa ni él ni quienes lo siguen.Para explicarlo mejor: por mucho que acá se hagan posicionamientos enfáticos, claros y directos, la palabra final está en la firma de Dante. ¿Quieren irse? Que les vaya bien.Por mucho que se le critique, la postura de Dante es centrada. Si bien es complicado que alguno de sus muchachos, o incluso él mismo, tengan oportunidad de poner nerviosa a la bizarra alianza entre el PRI, PAN y PRD, y mucho menos a Morena en la elección presidencial, el pilar de su discurso es sólido: ninguno de los arriba citados representa un cambio. El último de ellos gobierna un México bañado en sangre y los tres primeros son impresentables.Eso, y que sumarse a la alianza implicaría que el aparato de Estado se vuelque contra Dante. Porque, visto está, hay herramientas para emprender una persecución política desde Palacio Nacional contra quien trate de alzar la voz por encima de la del Presidente.Pero hablábamos de los seguidores del alfarismo. Para ellos, la espada se llama Enrique y la pared se llama Hueso. Quienes amenazaban con irse a la Alianza de los Muertos Vivientes se enteraron que ni de broma tendrían acceso a los espacios que ya tienen asegurados acá. ¿Y entonces qué queda? Recular.Este 30 de agosto, el senador Clemente Castañeda (amigo personal de Enrique Alfaro) declaró que “a México le hace bien la presencia, la existencia y la participación de Movimiento Ciudadano y de sus integrantes”. Segundos antes, sostuvo que hay muestras de voluntad para que las cosas “no pasen a mayores”.¿A qué se refiere con que no pasen a mayores? A quedarse con MC o “explorar alternativas”. El tema es que explorar alternativas está fuera de tiempo. Por las fechas, simplemente no les alcanza. Entonces, Clemente afirmó que “no hay otra manera de procesar las diferencias (entre Alfaro y Dante), por más profundas que sean, si no es a partir del diálogo”.Y por si eso fuera poco, hay un artículo interesantísimo en la Constitución que los obliga a recular. Es el 59.En él se expone que los políticos (senadores y diputados) pueden aspirar a reelegirse por el mismo partido. Y si no es por éste, deben haber renunciado a él o haber perdido su militancia antes de la mitad de su mandato. De nuevo, los tiempos no dan. Por estrategia y amor al hueso, el tiro con Dante no es opción para muchos de los que dicen que respaldan a Alfaro.Pablo Lemus, muy atento al cisma naranja, ya agarró el micrófono para pedir una candidatura de preferencia. Una que no lo ponga entre la espada y la pared. Llevarse a Dante y a Alfaro a la misma mesa y, al calor del diálogo (o de las copas), cerrar filas para que juntos lo suban a la colina a presentarlo como el Simba que se viste apretadito.Porque sí: Alfaro y su nombre pesan todavía. A Pablo Lemus le conviene, como él mismo lo ha dicho, una candidatura de unidad que le acerque la escalera al cielo y no le llene de baches el camino como ocurrió con Emilio González y “su” candidato Fernando Guzmán Pérez Peláez en las ya lejanas campañas de 2012.Y Lemus puede vestirse bien apretadito, pero ya afiló colmillo en la política y sabe que no sería ideal un nombramiento impuesto desde la dirigencia nacional. La decisión, sí o sí, también debe tener aval del gober.Es eso, o como ya se ha hecho costumbre entre las mujeres y hombres libres que hablan fuerte y claro, la opción es ver el hueso alejarse y, simplemente, recular para que vuelva.