La premisa de arranque es atractiva: un Estado en calma y feliz. Ciudadanos que sonríen, conviven, trabajan y se saludan con gusto. Una sociedad en donde todo marcha extraordinariamente bien. Una que George Orwell dibujó en letras a finales de los 40s, y que creó mediante la restricción y el castigo; una que Aldous Huxley logró en 1932, aunque él lo hizo con drogas de la felicidad.En este país de la utopía siempre hay orden y armonía. No hay crímenes ni sanciones. ¿Para qué? Todo prospera, la gente está cobijada por la suerte y duerme sobre una gran almohadilla de bienestar.Pero, para alcanzar el éxito, siempre es necesario un sacrificio.Los humanos somos eso: humanos, y las emociones nos dominan, por lo que mantener la utopía y su engranaje bien aceitado exige un precio. En este caso, un día de purga. Una noche al año en la que los delitos, todos, quedan sin castigo.Y ahí es donde el vecino que siempre te saluda con amabilidad se convierte en un monstruo; donde el joven que trabaja, estudia y hace labor social decide empuñar el cuchillo.Por fortuna, esa realidad hoy sólo reside en la ficción. Al menos por el momento vive en una saga de películas. Pero, muy a su modo, Guadalajara también tiene su día de purga.Cada 31 de octubre, y bajo el pretexto del Halloween, la Zona Metropolitana de esta ciudad vive una ola de agresiones que se concentra en arrojar huevos y piedras tanto a unidades del transporte público como a vehículos particulares. Además, una rodada compuesta por cientos de motocicletas inquieta y preocupa a quienes tienen la mala suerte de toparse con ella, porque desde esa marabunta motorizada se cometen atracos imposibles de contener por las fuerzas de seguridad pública.Lo peor es que el día de la purga en Guadalajara se ha normalizado. Viene en el paquete que incluyen las fogatas del 24 y 31 de diciembre, las vallas colocadas afuera del Congreso, del Palacio de Gobierno y de Casa Jalisco, en la entrega de puestos públicos de primer nivel a cuates que realmente son cuotas, en dotar de guardaespaldas a los compas, en las escaleras eléctricas de ornato del Tren Ligero, en la basura acumulada en las esquinas y en las inundaciones de Plaza del Sol. Normal.Que exista un operativo “anti Halloween”, que la Coparmex pida a sus empresas afiliadas organizar salidas escalonadas para el personal y que cada 31 de octubre la mayoría de los ciudadanos en Guadalajara vean entorpecidos sus traslados a casa después de una extenuante jornada laboral porque el camión dejó de pasar, gracias a que un lerdo irracional lanzó la primera piedra, es un fenómeno que no debe normalizarse.Pero esa no es la reflexión, lo que importa es que detrás de estos hechos sí hay moraleja y esta es la labor social de los policías. Porque, anticipándose a la tormenta, las corporaciones de seguridad pública en la ciudad reforzaron su presencia, se coordinaron, asistieron a la gente que se quedó sin camión y cumplieron con su papel esencial: proteger y servir.Aumentar la presencia policial siempre será una buena decisión… en tanto la intervención sea quirúrgica. Además de intervenir los polígonos más problemáticos, es necesaria la colaboración vecinal, una buena educación en casa y, de paso, si el Ayuntamiento tiene ganas, una dosis de iluminación en las calles.Por supuesto, la distopía Orwelliana vino a cuenta como una hipérbole para esta reflexión. Y, sin embargo, encuadra para tratar de darle dimensión a los dos extremos de esa sociedad anhelada en donde todo marcha extraordinariamente bien. Al final, lo que se busca es dejar de normalizar que, una vez al año, Guadalajara viva su día de la purga.Los humanos somos eso: humanos, y las emociones nos dominan, pero tanto en casa como en Gobierno existen las herramientas para calmar a la bestia. Nomás falta que se apliquen.isaac.deloza@informador.com.mx